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Título: Oración al acostarse V
Clasificación: Oraciones, romancero religioso
Localidad: Viniegra de Arriba
Informante: Narcisa Matute Martínez (31-10-1909)
Contexto: Al tiempo de acostarse
Recopilador: José Manuel Fraile Gil y Javier Asensio García
Lugar y fecha de grabación: Madrid, 4 de noviembre de 1999

 

Narcisa Matute es una magnífica informante que recuerda muchos géneros orales de la potente tradición de Viniegra de Arriba. En esta ocasión nos ofrece un ramillete de oraciones que todas juntas componen una larga plegaria al tiempo de acostarse para bien dormir, confesarse a modo de emergencia, invocar a la Virgen del Rosario con un romance, evitar la muerte súbita y bienmorir si llegara el caso.

El miedo a la muerte súbita, también llamada subitánea o supitaña –Narcisa dice sepultánea– es un temor presente en las más rancias oraciones tradicionales al tiempo de ir a dormir. “Cuántos hombres y mujeres se acuestan sanos y buenos y a la mañana siguiente…” es coletilla que encontramos en muchas plegarias de quienes se acuestan y rezan al cerrar los ojos.

Esta larga retahíla es un buen ejemplo y bella muestra de lo que es una oración tradicional, enseñada de padres a hijos, casi diríase que de abuelas a nietas, mucho más cercana a la religiosidad íntima –a la vez que popular– que a las doctrinas de la Iglesia. La palabra, el don más preciado que Dios otorgó al hombre, es usada en forma de poderosa poesía para invocar a él y a todos sus mediadores: los evangelistas, los apóstoles, la Virgen en sus distintas figuras, Cristo y el Espíritu Santo, los ángeles, San Pedro, San Juan Bautista, las Once Mil Vírgenes.

Señor,
como me echo en esta cama     me echaría en la güasera (huesera)
y la ropa que me cubre     me cubriría la tierra.
Oh, sepoltura divina,     tan olvidada te tengo
cuántos hombres y mujeres     se acuestan sanos y buenos
y amanecen     muerte sepultánea en ellos.
En el monte murió Cristo     Dios y hombre verdadero
no murió por sus pecados     que murió por los ajenos
en una cruz enclavado     con duros clavos de hierro.
¡Oh, padre mío del alma,     oh, divino manso cordero!
Yo soy aquel pecador     que tan ofendío os tengo
os vengo a pedir perdón     por el amor que os tengo.
Sagrada Virgen del Rosario     esta corona os ofrezco
que se la entreguéis a Dios     con grandes esclarecimientos
que si Vos se lo rogáis     seguro tenemos el cielo.
Virgen sin par os alabar
bien sabemos que pariste
a todos los recogiste,
recogedme a mí, Señora,
soy un alma pecadora.
Escaleras hay en el cielo     arco de la Trinidad
donde se encierra la hostia     y el cáliz en el altar,
aunque más pecados tengamos     que arenas hay en el mar
muchos perdonaba Dios     pero más perdonará.
Virgen de las Alegrías,
Señora de la limpieza,
el ánimo con la probeza
a vuestro Hijo se le ofrece
que nos queráis perdonar
de todos pecados y vicios
estamos a vuestro servicio,
amén Jesús.
Con Dios me acuesto     con Dios me levanto
la Virgen María     y el Espíritu Santo.
Vete, enemigo,     no vengas conmigo
yo iré con Dios     y Dios vendrá conmigo.
Cuatro esquinitas     tiene esta cama
cuatro angelitos     que le acompañan,
y la Virgen sentada     en el medio.
Levanta, José,     y enciende candela
mira a ver quién anda     en tu cabecera,
los ángeles son,     los ángeles eran
que andan de carrera;
se encontraron un Niño
envuelto en un paño.
–¿De quién es este Niño?
–De la Santa Cruz.
–¿Dónde está la Santa Cruz?
–Hablando con San Pedro.
–¿Dónde está San Pedro?
–Abriendo y cerrando
las puertas del cielo.
Apóstoles todos     que me voy a la cama
con las Once Mil Vírgenes     que me acompañan,
la Virgen Inmaculada
la Virgen de la Concepción
San Juan Bautista caballero.
Estas palabras dijere
todo aquel que las dijese
tres horas antes de su muerte.

Bibliografía:

  • José Manuel Fraile Gil, Conjuros y plegarias de tradición oral, Compañía Literaria, Madrid, 2001.