Título: Las señas del esposo XII |
La otra tarde salí al campo a recoger mis haciendas,
me encontré con un soldado que venía de la guerra.
Yo me acerqué a preguntarle si venía de la guerra.
–De la guerra vengo, sí, ¿tiene usted a alguno en ella?
–Tengo yo a mi maridito hace tres años en ella.
–Si me diera usted las señas acaso lo conociera.
–Tiene ojos de galán y carita de doncella,
el caballo rubio y blanco la silla dorada y bella.
–Su marido ya murió, yo le encendí las candelas
yo le abrí la sepoltura, yo le ayudé a entrar en ella.
–¡Ay, Dios mío, qué hago yo, tan joven en mala seña!,
y estas tres hijas que tengo yo las mandaré a la guerra,
que se traigan a su padre, muerto, vivo o como sea.
Al otro día siguiente el soldado a casa llega.
–Buenos días, mi señora. –Buenos días, muy buenos sean.
–Aquel soldado era yo. –¿Por qué no m’has dicho que eras?
–Es que quería saber si eras mala o eras buena.
Te tengo vestir de oro, te tengo vestir de seda,
te tengo vestir de oro, de los pies a la cabeza–.
Quizás Crucita nunca fue consciente de lo bien que cantaba los romances y canciones tradicionales que llegaron a sus oídos, la mayoría aprendidos de su madre, la señora Dolores de la calle del Cabezo. Cuando en la entrevista se arrancaba a cantar lo hacía con las viejas cadencias del romancero y es un verdadero deleite el escucharla.
Publicado en:
- Javier Asensio García, Romancero general de La Rioja, Piedra de Rayo, Logroño, 2008. Incluido en los CDs que acompañan a esta publicación.