Título: La serrana de La Vera II |
En el pueblo de La Olla legua y media de Plasencia
habitaba una serrana alta, rubia y sandunguera
con una mata de pelo que hasta los talones llega.
Cuando quiere beber agua se baja a la ribera
cuando quiere tomar aire se sube a las altas peñas
y vio venir a un serrano con una carga de leña.
Lo ha agarrado de la mano y a la cueva se lo lleva
no lo lleva por caminos ni tampoco por veredas
que lo lleva por los montes por donde nadie los vea.
La serrana cazadora la cintura lleva llena
de conejos y perdices y tórtolas halagüeñas.
Ya trataron de hacer lumbre con huesos y calaveras
con todos los que había matado aquella sangrienta fiera.
–Bebe, bebe, serranito, agua de esa calavera
pueda ser que alguno otro también en la tuya beba–.
Ya trataron de cenar con una exquisita cena
de conejos y perdices y tórtolas halagüeñas.
Ya trataron de acostarse le mandó cerrar la puerta
y el serrano, como astuto, la ha dejado medio abierta.
A eso de la media noche dormida estaba la fiera
y el serrano se ha marchado caminando por las sierras.
Tres leguas llevaba andadas y sin volver la cabeza
y una vez que la volvió lástima que la volviera
y vio venir la serrana bramando como una fiera.
–Vuelve, vuelve, serranito, a por tu capa y montera
que es de paño fino y buena lástima que te se pierda.
–Si es de paño fino y buena como si fuera de seda
mis padres me darán otra y si no me estoy sin ella.
–Lo que te encago, serrano, que no descubras mi cueva.
–Yo no la descubriré hasta que no llegue a sierra,
tu padre será un caballo tu madre será una yegua
y tú serás el potrito que relinchas por las sierras.