Título: La matanza del cerdo |
Tres días vienen al año
que se llena bien la panza,
Nochebuena, Nochevieja
y el día de la matanza.
Este remedo gracioso de los tres jueves del año en que reluce más el sol nos dice que el día de la matanza era un día señalado en el calendario rural. El invierno es la época propicia, desde el tempranero día de San Martín, el 11 de noviembre, en el que los de la vista baja -una forma coloquial de llamar al cerdo- ya podían echarse a temblar porque les había llegado el día, hasta la llegada de la cuaresma.
La familia que estaba de matanza tenía por costumbre llevar un presente a los vecinos que, a su vez correspondían cuando les llegaba el turno. A veces, los mozos rondaban para pedir el presente:
A esta puerta hemos llegado
cuatrocientos en cuadrilla
a pedirle a la tía Clara
que nos baje la morcilla.
¡Tia Juana, qué bueno sabe el lomo
cuando escorre la grasa por el morro!
A esta casa hemos llegado
los mozos en general
y todo el que mata lechón
morcilla tiene que dar.
A los niños se les preparaba un columpio con una soga atada a las vigas del techo de la cuadra y mientras los mayores degollaban, chumarraban o abrían en canal al cocho, los pequeños se bandeaban en el columpio con canciones como esta:
Din, don, sala món.
Vacas vienen por Oyón
todas vienen con cencerro
menos el toro mayor.
Embriagados por el ambiente festivo, los mocetes se las ingeniaban de una y mil formas para gastar las bromas más pesadas a los vecinos: colgarles pieles viejas o el palo morcillón en la puerta, meter al gato en el gallinero, sacar las gallinas del corral, manchar a la gente con el bodrio, meter el pote -olla maloliente con ajos, tripas, guindillas y pezuñas de caballerías- en la casa de la matanza o en la del vecino.
En Panzares, Juan Ramírez sigue matando el cerdo familiar y todos los años cuenta un cuento que habla de la costumbre que tenían los vecinos de ofrecerse mutuamente un presente:
«Este era un hombre que se veía pobre y no engordaba cerdos ni nada. Y veía que todo el mundo mataba y hacía morcillas y no le daban nada. Y un año que se encontraba mejor, pues engordó cerdos e hizo morcillas. Y ¿qué hizo?, pues cogió, llenó una canastilla de morcillas, iba por todas las casas llamando a todos los vecinos ¡tan, tan!, en las puertas:
-¿Quién es?
-Marchante el de Cordovilla, ¿el año pasao mató?
-Sí.
-¿Me dio morcilla?
-No.
-Pues palante con la canastilla.
A llamar a otra puerta. Y así recorrió todas las casas de los vecinos. Como no le habían dado otros años, él tampoco daba.»