Título: La mala suegra VII |
Polidora se pasea toda una sala adelante
con dolores de parir que da lástima escucharle.
Se ha asomado a la ventana y ha visto un oscuro valle.
–¡Oh, mi Dios! ¡Oh, quién tuviera una casa en aquel valle!
sin que nadie lo supiera sino Dios y la mi madre–.
Y la pícara la suegra que escuchándolo estuviera:
–Vete, vete, Polidora a parir a ca tus padres
que si don Bueso viniere yo le daré de cenar
cebada para la mula cebo para el gavilán–.
Polidora tras poner y don Bueso asomar
ya que ha llegado a la puerta ha empezado a preguntar:
–¿Dónde está mi Polidora que no me baja abrazar?
O ella está recién parida o tiene algún otro mal.
–Por el camino que ha ido va diciendo mucho mal
que eres hijo de mal padre e hijo de una madre tal–.
Hincó la espada en el suelo al cielo hizo retemblar.
–Que si de esta no me muero bien me las vas a pagar–.
Ha cogido su caballo y se la ha ido a buscar
ya que ha llegado a la puerta ha subido sin llamar
en medio de la escalera una criada encontrar.
–Albricias te doy, don Bueso, ya te las podía dar
que tu mujer Polidora parida un infante está
que el infante no se goce ni la madre se levante
que la madre con el niño no se puede levantar.
–¿Quién es ese caballero que de mí habla tan mal?
–Tu esposo es, Polidora, el que te viene a matar–.
–Levántate, Polidora, si te quieres levantar
que si otra vez te lo mando ya verás cómo te va.
–¿No esperarás, tú, don Bueso, que se repose mi sangre?
mujer de una hora parida no es razón que se levante.
–Levántate, Polidora, si te quieres levantar
que si otra vez te lo mando ha de ser con un puñal.
–¿No esperarás tú, don Bueso, que viniese la mi madre?
que está a partirle un vestido a nuestro niño el infante.
–Levántate, Polidora, si te quieres levantar
que si otra vez te lo mando ha de ser con un puñal–.
Ya tanto lo ha porfiado que le ha hecho levantar
las amas que la vestían se deshacen a llorar
las damas que la calzaban en gemir y suspirar.
–Triste de ti, Polidora, ¿dónde te querrá llevar?–.
Ya la pilla, ya la monta, ya la monta, ya se va.
A la mitad del camino volvió la vista p’atrás.
–¿Qué son esos tus colores qué es de tu lindo mirar?
si dejas nuevos amores ya los puedes olvidar.
–Lo que miro, los arroyos, que llenos de sangre van
las ancas de tu caballo que parecen azafrán.
Si quisieras, tú, don Bueso, que en este campo florido
que apaciente tu caballo y yo le dé el pecho al niño–.
–Mama niño, mama rosa, mama rosa del rosal
que los pechos de tu madre no volverás a mamar–.
–Buscarás un confesor que me quiero confesar–.
Se vistió de confesor y se puso a confesar
y en las confesiones vio que no había dicho tal.
–¿Qué te paece, Polidora, que matemos a mi madre?
–Ya que yo muero por otro que por mí no muera nadie–.
La historia infame que nos narra este romance se ve compensada por la belleza poética de sus versos y por la estupenda interpretación de Goyo Lázaro, un viniegrés con un amplio conocimiento de la cultura tradicional de su pueblo y con unas cadencias interpretativas antañonas. El pueblo, verdadero autor-legión del romancero, nos deja magníficas imágenes poéticas: Polidora, montada en el caballo con su marido, no se atreve a decirle que va desangrándose pero como éste le pregunta, ella responde:
–Lo que miro, los arroyos, que llenos de sangre van,
las ancas de tu caballo que parecen azafrán–.
Gregorio Lázaro Sánchez, buena persona donde las hubo y memoria viva de la cultura tradicional de su pueblo.
Bibliografía:
- Javier Asensio García, Romancero general de La Rioja, Piedra de Rayo, Logroño, 2008.
- Ignacio Ceballos Viro, El romancero tradicional y las relaciones de parentesco: la suegra malvada, Universidad Complutense, Madrid, 2010.
http://eprints.ucm.es/10606/1/T31862.pdf