Título: La epístola de San Pedro Manrique |
La tierra de San Pedro Manrique en el Alto Linares, río que vierte sus aguas al Alhama en tierra riojana, está compuesta por una gran cantidad de aldeítas. Este romancillo es un resumen de los dictados tópicos de los que goza cada uno de esos pueblitos sorianos. Estos dictados gozan de bastante popularidad entre los habitantes y descendientes de unas localidades que en su mayor parte han perdido toda su población. Como producto literario tradicional vive en cantidad de variantes que esperemos ir publicando según vayamos recogiendo nuevos testimonios. Lo que recita Julián es buena prueba de esa variabilidad.
José Magaña Quintana fue un joven sacerdote riojano que hacia el año 1951 publicó unas hojillas tituladas Por tierras de San Pedro Manrique (apenas tenemos otro dato de esta publicación que la imprenta de la capital soriana donde se imprimió, «Casa de observación»). Esas hojas contenían lo que él tituló como «La epístola de San Pedro Manrique». En la actualidad circulan fotocopias de esas hojillas y mucha gente da por «buena» la Epístola que José Magaña difunfió. Lo cierto es que se trata de una versión facticia, muy bien lograda, eso sí, hecha con base en los testimonios de tres recitadores de distintos pueblos.
En Villarijo, las cucas, en Armejún, trigo bueno,
el que lo tiene, lo tiene y el que no, se está sin ello,
y para malas cabezas a Valdemoro me vuelvo.
Peñazcurna, no lo cuento porque allí no hay sacramento.
Buimanco está en un altillo frente a Vallejo Labrao,
guardadores de ganado, sembradores de centeno.
Vea está en un peñascal, donde el diablo no pué entrar.
En Fuentebella, cabreros y en Acrijos, estreperos.
En Taniñe, los letrados que de agudos se perdieron,
pues sembraron Las Alcudias y ni un grano no cogieron.
En Las Fuentes, Los Espuelas,
muy amigos de montar en mulas de otros arrieros.
En Huérteles poco trigo, en Oncala, leña menos,
en San Andrés, Los Medeles,
gente santa o no santa, líbranos, Dios, de ellos.
En El Collado cuatro casas que tienen mucho dinero,
en Navabellida, los iglesias que sacaban los pendones,
en Palacio, tejedores de alforjas, que no de lienzones.
En Montaves, los hebreos, que se estuvieron sin Dios
hasta el año mil quinientos,
cuando se lo llevaron los pelaires de San Pedro.
En La Ventosa San Roque es la devoción del pueblo,
lo sacan en procesión y cuando van a volverlo
le llenan la calamborra en la fuente pal invierno.
En Matasejún los zorreros,
que entró la zorra en la iglesia y los encontró durmiendo,
les dio la paz con el jopo y se escapó juyendo.
En Sarnago mayorales, esto era en otros tiempos,
ajustaban pastores por año y les pagaban por medio
y cuando iban a cobrar les achuzaban los perros.
En El Vallejo perales, Valdelavilla todo huertos,
en Castillejo ciruelos,
Valdenegrillos, las tordas, las cogen en el invierno,
enrastran de las narices
y las llevan a vender a la villa de San Pedro,
las grandes a cuatro cuartos, las chicas a tres y medio.
En Valdeprao taberneros,
que con los burros y mulos conducen vino a los pueblos,
se entran en los portales y comen buenos torreznos
y a más de cuatro hombres de bien, les ponen así los cuernos.
En San Pedro son Los Malos y Los Malos son los buenos,
porque todos los lunes subimos a verlos.
José Magaña Quintana
José Magaña fue un sacerdote riojano natural de Huércanos cuyo primer destino en el año 1948 fue la aldea soriana de Villarijo, desde donde también atendía Buimanco y Vea. Una infección intestinal acabó con su vida al tercer año de llegar. Pueblos de vida paupérrima y mal comunicados que impidieron un tratamiento correcto de su enfermedad. Gran aficionado a la colecta folklórica, dejó para la posteridad una buena colección de romances y oraciones tradicionales que fueron publicadas en la revista Berceo del Instituto de Estudios Riojanos. Compañeros de seminario que lo conocieron lo recuerdan como un joven muy inteligente, compositor de obras de teatro y «que hubiera llegado muy lejos». Su prematura muerte nos privó para siempre de un lúcido folklorista y de los textos que bien hubiere recogido en una zona de tradiciones arcaizantes.
Poco después de su muerte, un anónimo autor, suponemos que un compañero sacerdote, publicó una pequeña biografía titulada Semblanzas sacerdotales. Primera flor de un jardín, Obispado de Calahorra, 1952. De ella y a modo de homenaje a este gran hombre traemos el párrafo que narra su llegada a Villarijo:
«El 25 [agosto de 1948] salió para su nuevo destino, llegando a las cuatro de la tarde a Cornago donde le esperan dos feligreses. Luego de comer, ‘tenemos el éxodo de la tierra prometida’. El sol se cae a pedazos sobre la carretera de Valdeperillo; yo llevo un respiro hondo y concentrado. Camino pensativo con el sentido de las responsabilidad a flor de piel; todo lo demás resbala sin impresionarme. En la Peña del Baúl, divisoria de la jurisdicción de Cornago y Villarijo, rezo un Padrenuestro, Ave María y Gloria, al entrar en mi jurisdicción.
¡Era la tierra de su misión de la que no volvería a salir! Lo mismo que hizo el santo cura de Ars!»