Título: La boda estorbada XV |
Ya se pasea don Bardo, ya se marcha, ya se va
y su amada le pregunta ¿para cuándo volverá?
–Si a los quince años no vuelvo, princesa, te puedes casar.
–Ni a los quince ni a los veinte yo me tengo de casar–.
Un día estando cenando su padre le preguntó:
–¿Cómo no te casas, hija, ni te intentas de casar?
–¡Cómo quiere que me case si don Bardo vivo está?
–¿Has tenido carta, hija, o has tenido libretillo?
–No he tenido carta, padre, ni tampoco libretillo,
solamente el corazón que esta noche me lo ha dicho.
Por Dios le pido a usted, padre, que me compre usted un vestido,
no se lo pido de seda ni tampoco paño fino,
se lo pido de sayal de eso que llaman torcido
para yo poderme ir por esos tristes caminos.
De día por las aradas, de noche por los caminos.
Al cruzar un vallecito me tropecé con dos pajes
paseando dos caballos.
–¿De quién son esos caballos que venís a pasear?
–De don Bardo son, señora, de don Bardo natural.
¿Sabéis si se casa don Bardo o se intenta de casar?
–Casado no está, señora, pero se intenta casar,
matadas tiene las carnes, cocido tiene ya el pan
y a otro día de mañana ya se intenta de casar.
–¿Podéis hacerme el favor de venirme a enseñar?
–Enseñarla no, señora, los caballos marcharán,
una seña de dónde vive le podremos a usted dar:
en el palacio más grande y en aquel que brille más–.
Siete vueltas dio al palacio y con don Bardo vino a dar.
–Una limosna por Dios, caballeros, que Dios se lo pagará–.
Echó mano a su bolsillo y un ochavo le fue a dar.
–¡Qué limosna tan ruin, caballero, qué limosna tan ruin me fue a dar,
en casa del rey, mi padre, reales de a ocho suelen dar.
–¿De dónde es la peregrinita, que conozco y ese hablar?
–De la Francia soy, señor, de la Francia natural,
tres hijas tenía una rey y las tres de por casar,
yo soy vuestra prometida que se cansó de esperar.
–Si vos queréis ser mi esposa me daréis una señal,
pasaréis a mi aposento en silla de oro a sentar
forrada de tafetán.
–Ved aquí mi anillo de oro que me diste pa casar,
ved aquí mis zarcillos de plata que me diste pa casar,
ved aquí mis brazos y pecho que vos solíais abrazar.
–Esas palabras, don Bardo, en el corazón me dan.
–Que te den, que no te den,
si criaras un infante lo criarás para mí,
si criaras una infanta la criarás para ti,
le darás mejor crianza que tu madre te dio a ti,
que antes te has dado a los hombres que los hombres se den a ti.
María Victoria, Vitori, ha pasado de los noventa años pero mantiene la inquietud intelectual constante de toda su vida. Hablando con ella parece que estuviésemos con una mujer de treinta ilusionada por la poesía, la música, el dibujo y la pintura, artes que ha practicado en todo momento. Su agilidad mental es sorprendente. A lo largo de su vida ha absorbido un gran número de poesías y canciones, muchas de ellas las recuerda a la perfección, otras las tiene anotadas en un cuaderno de pulcra caligrafía y adornos primorosos. A sus noventa y un años sigue interesada en memorizar poesías. De hecho la conocimos en un establecimiento de reprografía mientras le fotocopiaban unas poesías que no tenía bien aprendidas; iba acompañada de una amiga, con tal suerte para nosotros, que no la conocíamos, que en el mismo establecimiento se puso a recitar el romance de La boda estorbada a una amiga que le acompañaba. ¡Un romance de viva voz oído espontáneamente en la calle en pleno siglo XXI! La posibilidad de que esto ocurra es remotísima. Este hecho nos dio pie para preguntarle y quedar con ella en su casa donde proseguir la entrevista.
El romancero es la base, el punto de arranque de su conocimiento de la poesía tradicional. En su cuaderno manuscrito tiene anotados en primer lugar los romances que sabe por tradición oral; después canciones narrativas modernas, cuplés, coplas, tangos, fábulas, poesías de todo tipo, incluidas composiciones propias.
Su cuaderno es también un viaje en el tiempo. Como hemos dicho, las primeras hojas son los romances que le cantaba su abuela: La boda estorbada, La doncella guerrera, Santa Elena, Tamar. Recuerdos de su infancia, de cuando la abuela Benita cantaba en el molino de Villanasur donde vivía la familia. Su padre era el molinero. A buen seguro que esos viejos romances despertaron en ella el interés por la poesía y la música.
Las que nosotros llamamos «vetas familiares» están muy presentes en la tradición. No es casualidad que Vitori sea nieta de una mujer como Benita en cuya casa se cantaban los viejos romances españoles. Lo mismo podemos decir de Begoña, hija de Vitori, Begoña Abad de la Parte, escritora que ha publicado un buen número de libros de poesía en reconocidas editoriales y poemas sueltos en obras antológicas, además de un libro de relatos. El lenguaje de Begoña no es nada rebuscado sino sencillo y directo a la vez, se nota la influencia familiar. Nos confesó -palabras textuales- que «Mi hija se nutre mucho de mí» y se lo recuerda continuamente. Vitori es muy nombrada en las poesías de Begoña y se ha aprendido y recita los poemas que le ha dedicado su hija, todos llenos de un ejemplar amor materno-filial.
Por lo demás, la versión de La boda estorbada es valiosa desde el punto de vista filológico, pertenece a una tradición antañona que incluye rimas en í-o en medio de la dominante rima en á: me compre usted un vestido… tampoco paño fino… de eso que llaman torcido… por esos tristes caminos. Esta característica aparece en un área geográfica bien definida: Burgos, La Rioja, Soria y Guadalajara.
Fotografía: Vitori leyendo y a veces cantando los romances que tiene anotados de su abuela Benita
Fotografía: El romance de don Bardo -La boda estorbada- anotado primorosamente de su puño y letra.
Fotografía: Begoña Abad, la poetisa hija de la romancista. Extraída de https://www.pikaramagazine.com/2012/07/begona-abad-de-la-parte-la-poeta-que-desea-no-desearportadoras-de-suenos/
Mi abuelo no salió de su pueblo.
El pueblo tenía cuatro casas,
cuatro calles, cuatro caminos,
cuatro vecinos, cuatro perros.
No había en él ni obispos, ni ministros,
ni putas, ni altos cargos,
no había empresas, ni banca, ni iglesia había.
En realidad no salió nunca de su molino.
Ya es casualidad que por aquel lugar,
remoto y olvidado,
acertara a pasar la vida.
Mi abuelo hablaba poco, pero sabía mucho,
todo lo aprendió mirando la muela
que, implacable, con el mismo eterno movimiento,
machacaba siempre el grano, hasta hacerlo polvo.
Bibliografía:
- Javier Asensio García, Romancero general de La Rioja, Piedra de Rayo, Logroño, 2008.