Título: La bastarda y el segador V |
Cierto día un segador que por su puerta pasaba.
–Oiga usted, buen segador, ¿quiere usted segar cebada?
–Sí, señora, se la siego, según donde la tenga sembrada.
–No la tengo en altos montes ni la tengo en tierras llanas,
que la tengo entre las garras y me la tapan las bragas–.
El segador no era tonto, la cogió y la echó a la cama
din din, dale dale al don don la cogió y la echó a la cama,
a eso de la media noche catorce y media llevaba
y aquí se acaba la historia del segador y la Juana.
Julián Merino conoció en su infancia y juventud el oficio de segador, duro trabajo que había que hacer a mano con la hoz, en larguísimas jornadas de verano, de sol a sol. Cuadrillas de segadores, temporeros que empezaban su trabajo al final de la primavera en la comarca de Tudela –como dice el romance, «en tierras llanas»– y terminaban en pleno verano en el puerto de Oncala, «en altos montes». Entre ellos era conocido este romance que lo cantaban coralmente durante la dura faena.