Un pastor de Valdemoro que tenía el ganado en un corral del término de Valderrezuelo fue una mañana al casal para soltar el ganado y vio cómo un zorro le había matado por la noche un montón de chivos. Al poco vio al zorro tumbado en el suelo como muerto y creyó que había fallecido por el atracón que se había dado. Lo agarró del rabo y lo tiró de malas maneras por encima de las tapias del casal. El zorro no estaba muerto, se había hecho el muerto porque del atracón que se dio durante la noche no tuvo fuerzas suficientes para saltar por sus propios medios la tapia. Un cuento que pondera una vez más la astucia del zorro.

Nos lo cuentan dos informantes que en su infancia y juventud se las vieron con el ganado y con el peligro que suponían las alimañas en el campo. Antonio y Pablo sabían cómo cazar a los cachorros con zarzas de escaramujo y con paja de humo, sabían cómo despelletar a un zorro, comenzando por la boca para que la piel saliera entera. Después la rellenaban de paja y paseaban al animal como un trofeo por las calles del pueblo y de los pueblos vecinos con el fin de que les dieran alguna recompensa por haber acabado con la alimaña. También fueron testigos de cómo los zorros huían perseguidos por los perros y cómo cuando ya estaba cerca, el zorro lanzaba orines que aturdían al perro.

Les recogimos un dicho sobre los zorros que viene muy a propósito del cuento:

Quico, requico, pastor de las poyas,
vino la zorra y se las comió todas,
el Quico lloraba, la zorra cantaba
y el Quico decía siquiea reventaras.

Bibliografía:

• Julio Camarena Laucirica y Maxime Chevalier, Catálogo tipológico del cuento folklórico español. Cuentos de animales, Gredos, Madrid, 1997