Título: El sermón de San Ponciano II |
Estas son las palabras
que decía Santa Juliana
peinándose el borro
una mañana:
–Vosotras, peludas,
y con moño
que tenéis buenas tetas
y buen coño,
¿para qué queréis esa raja?,
¿para haceros una paja?
No, nada de eso,
hay que joder
que sabe mejor que el pan con queso.
Entonces la escuchó el padre San Punciano
y cogiendo su pichina con la mano
dijo: ¡Grandísimos varones!,
que tenéis buena picha y dos cojones,
que a deshoras de la noche
hacéis innumerables penas
en la salud de casadas y solteras
…
ya sabéis que por el mundo
hay casas de putas
donde se hace el amor
y se disfruta,
donde por unas pesetas
te enseñan de los pies a la cabeza
y por unos duros
te dan lo que tienen junto al culo.
Entonces que lo oyó
el obispo de Sión,
agarrando su pichina con la mano,
tiró por allá el copón
y rompió la ostia divina,
mecagüen tal, dijo el Papa,
que mi boca no se atrapa,
que el que no jode
se la casca.
En el siglo XIX debieron estar extendidos por algunos lugares de La Rioja Baja varios sermones burlescos dedicados a San Ponciano, sermones que se echarían durante el carnaval. En su día publicamos un artículo relativo al caso, el Sermón de San Ponciano de La Villa de Ocón, magníficamente relatado por el célebre acordeonista Marino Aguado. Por razones que se nos escapan, San Ponciano parece ser un santo objeto de guasa en la mentalidad popular, quizás todo venga de algún antiguo dicterio contra los habitantes de Pradejón, localidad que tienen al santo como patrón.
Este segundo sermón recogido en Lagunilla está muy subido de tono, es mucho más irrespetuoso que el primero. Muchos son los testimonios que disponemos sobre la brutalidad de los carnavales riojanos durante el siglo XIX. Traemos un documento del año 1817 del Archivo diocesano de Calahorra (ACC 1/6/10) titulado “Arnedo. Sobre enmascarados y diversiones de carnaval”.
«Acercándose el carnaval, es muy de temer que en aquellos tres días de disolución se reproduzcan según la costumbre antiquísima escenas las más desagradables y aún horrorosas y que en todo sentido nos deshonran, por lo que deben llamar la atención no sólo de los sacerdotes y pastores sino de todo buen cristiano… se dejaron ver ya hombres que vestidos de blanco y gorras de papel en la cabeza a manera de mitras, pendones y otras insignias burlescas, que figuraban una comunidad religiosa en ademán de acompañar un funeral o de llevar alguno en procesión con cuyas ridículas farsas se llevaban un inmenso pueblo que les aplaudía y no había persona que contuviese la risa a la vista de tales invenciones, ni menos hubo, por nuestra desgracia, eclesiástico ni secular que hiciera frente a tales excesos… y más si es ayudada de la falsa filosofía del siglo. Así ha sucedido ni más ni menos según era de esperarse, que el mal ha crecido de año en año, que las burlas cada vez han sido más expresivas contra la religión y sus sagradas ceremonias, que todos los años se han representado actos religiosos y estos eran los que más hacían reír y divertir al pueblo y que a la vista de tales desórdenes una fuerza oculta e irresistible obligaba a los sacerdotes a callar… los excesos de las dos primeras tardes en que se representaron, primera la triste escena de conducir un malhechor del patíbulo y otro en figura de religioso exhortándole a morir con resignación, con cuyo motivo profería mil bufonadas sacrílegas; segunda el espectáculo de llevar un cadáver a la sepultura en que un hombre amortajado y puesto en un féretro entre una comunidad de sacerdotes que cantaban y mujeres lloronas con cestaños de pan y cera se veía con las manos cruzadas y todo el aparato del difunto…; tercera, se presentó una cuadrilla de hombres vestidos de blanco y mitras de papel precedidos de varas largas de que prendían trapos encarnados a manera de pendones, otros con cetros, y dos de estos llevaban calabazas con perfumes encendidos con las que incensaban dos pellejos de vino que conducían entre cuatro en andas y otros cuatro los cubrían con palio; y vea vuestra ilustrísima un acto perfecto de idolatría práctica y un remedo de la procesión que en esta ciudad se hace en el día del Corpus… hasta que habiendo pasado un pedazo de pueblo, un sacerdote que se hallaba en la plaza manifestó sus escrúpulos a un individuo de justicia que se contentó con quitarles el palio e incensarios…»
(Miguel Ángel Pascual Mayoral, «Año 1817. El carnaval de Arnedo» en revista Piedra de Rayo, nº 38, Logroño, agosto 2011, pp. 52 y 53).
Paralelos:
http://www.riojarchivo.com/el-sermon-de-san-ponciano