Título: El doctor cabra |
Vicente Lasheras Bazo fue un pradejonero muy querido en el pueblo, popular en toda La Rioja y en media España por su habilidad para recomponer huesos y tendones dislocados. En el pueblo le llamaban cariñosamente el señor Vicente, el tío Vicente o Vicente el cabrero. Pero en el resto de La Rioja, caprichos de la tradición oral, era conocido como el doctor cabra. En el pueblo no caía muy bien este último apodo.
El señor Vicente nació en Cascante (Navarra) en el año 1906, terminado el servicio militar encontró trabajo de pastor en Murillo de Calahorra y más tarde en Piedra Hincada, en el límite entre Murillo y Pradejón. Allí tenía casa para vivir con su mujer y corral para cuidar el ganado, al servicio de sus propietarios. En el corral de Piedra Hincada nacieron algunos de sus hijos. Tenía la habilidad de curar las extremidades lastimadas de las ovejas y cabras y un día decidió probar con los humanos. Tras dejar Piedra Hincada fue a vivir al pueblo donde fue cabrero de la villa, el encargado de sacar diariamente las cabras de los vecinos.
José Mari, su nieto, recuerda que al primero que curó fue a un hombre de Ausejo y no lo debió hacer mal porque al poco tiempo comenzaron a acudir todos los que sufrían un esguince en el tobillo o un golpe y a todos les componía los huesos y tendones, salvo el que tuviera una rotura abierta a quien enviaba al médico.
La fama de aquel hombre llegó hasta un médico cuya mujer no se restablecía de un esguince; ambos, el médico y su mujer, fueron de incógnitos a Pradejón para que las manos de Vicente curasen el tobillo de la señora. Mientras duraron los masajes, el médico le dijo a Vicente que los médicos no habían logrado curar a su mujer y Vicente le contestó que «los médicos son todos unos zapateros». El caso fue que la mujer se curó y al cabo del tiempo fue a la casa un conocido de aquel médico y le dijo que venía de parte de uno al que le había llamado zapatero. El pobre señor Vicente no sabía dónde meterse. La anécdota no quedó ahí, la fama del doctor cabra se extendió como la pólvora y tuvo que dejar el oficio de cabrero para dedicarse exclusivamente a la cura de huesos y tendones pues la gente acudía diariamente a su modesta consulta, el bajo de una casa humilde de Pradejón. No tenía una tarifa por su labor pero aceptaba la voluntad del paciente.
Por allí pasaron futbolistas del Atletic de Bilbao y del Real Madrid, como Pirri que se curó el menisco y luego fue médico del equipo blanco; ciclistas, pelotaris y la gente común y corriente de toda la comarca, como quien esto escribe, Javier Asensio, esguinzado con catorce años en un encierro de Calahorra: mi padre me llevó a Pradejón, el doctor Cabra me hizo ver las estrellas con su pulgar doblado apretando mi tobillo mientras me decía: «aquí el que grita o el que llora es porque quiere», mi padre, mientras, me calmaba apretando con su mano mi frente. El caso es que después de aquel masaje y unas friegas de aguarrás salí andando de una casa a la que había entrado a la pata coja, ante la admiración, una vez más, de las vecinas de la calle.
El señor Vicente Lasheras Bazo, cabrero y componedor de huesos.