Título: El cura sacrílego II |
Un cura diciendo misa de las ánimas traidor
se enamoró de una niña desde que la bautizó,
mientras vivieron sus padres lograrla no pudo, no,
pero murieron sus padres, huerfanita se quedó.
El día de Jueves Santo se bajó a tomar el sol
con los peinecitos de oro, los de plata no encontró,
pasó por allá aquel cura, pasó por allá el traidor,
la ha agarrado de la mano y a su casa la llevó
y en el cuarto más oscuro allí la desencerró:
–Aquí te has de estar siete años sin ver la luna ni el sol–.
Ya se pasaron siete años con ella durmió el traidor
y a eso de la media noche el cura se despertó,
tres veces llama a Pepita, Pepita no contestó,
le ha echado mano a la frente, fría y muerta la encontró.
–¡Vecinos, si sos vecinos, los más queridos que sois,
sacadme un cuerpo de casa que esta noche falleció!
…
Ya se marchan los coches para marcharse a Aragón
y en medio del camino un peregrino encontró:
–Vete a decir misa y a decir Viva el Señor–.
La informante ha olvidado la parte central del romance: Tras sacar el cuerpo de la chica de su casa, el sacerdote va a decir misa. En ese momento una voz del cielo le dice que no puede celebrar. Se le encomienda una penitencia que ha de terminar de cumplir en Aragón. Es ahí donde Apolonia recobra el hilo del romance y lo termina.
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