Título: Delgadina II |
Un rey tenía tres hijas y las tres como una plata
y la más pequeña de ellas Inedina se llamaba
un día estando comiendo su padre la remiraba.
–¿Qué me mira usté, mi padre, qué me mira usté a la cara?
–¡Qué te voy a mirar, hija, si has de ser mi enamorada!,
de día para la mesa de noche para la cama.
–No lo quiera Dios del cielo ni la Virgen Soberana,
que yo sea mujer de usted de mis hermanos madrastra–.
El padre, al oír esto, a los criados les manda
que la encierren en un cuarto el más alto de la casa
que no le den a comer más que cecina salada
que no le den a beber más que las hieles amargas.
Pasan días, pasan noches, y se asoma a la ventana,
de donde vio a sus hermanos jugando a la pelota estaban.
–Hermanos, si sois hermanos, subirme una jarra de agua,
más de sed que no de hambre yo a Dios entrego mi alma.
–Hermana la Inedina no queremos subirte agua
por no ser mujer de padre y de nosotros madrastra–.
Pasas días, pasan noches, y se sube a otra más alta
desde donde vio a su madre paseando en una sala.
–Madre, si es usted mi madre, súbame una jarra de agua,
más de sed que no de hambre yo a Dios entrego mi alma.
–Mi hija la Inedina, yo no puedo subirte agua,
el pícaro de tu padre la tiene toda cerrada–.
Pasan días, pasan noches, y se asoma a otra más alta
donde vio a su padre paseando por una sala.
–Padre, si es usted mi padre, súbame una jarra de agua,
más de sed que no de hambre yo a Dios entrego mi alma–.
El padre, al oír esto, a sus criados les manda,
a su hija la Inedina vayan a subirle agua.
Unos con jarras de oro, otros con jarras de plata
y al subir por la escalera Inedina ya expiraba.
Bibliografía:
- Javier Asensio García, Romancero general de La Rioja, Piedra de Rayo, Logroño, 2008.