Título: Cristo se despide de su madre II |
Los dos más dulces esposos, los dos más tiernos amantes,
tiérnamente se despide tanto que solo al mirarse
parece que entre los dos se están repartiendo el cáliz.
–Hijo –le dice la madre–, ¡ay, si pudiera excusarte
de esta llorosa partida que las entrañas me parte,
a morir vais, hijo mío, por el hombre que criaste,
que ofrendas hechas a Dios solo Dios las satisface,
no se diga por el hombre quien tal hace que tal pague,
pues que vos pagáis por él al precio de vuestra sangre
para llevaros a Egipto hubo quien me acompañase
mas para quedar sin vos, ¿quién dejáis que me acompañe?–.
Emiliano Sánchez tenía memorizado uno de los romances de Lope de Vega que se cantaba por las calles de El Villar de Poyales las noches de Jueves y Viernes Santo, como en algunas otras localidades riojanas y españolas. Pero no le hacía falta recordar los versos ya que poseía un librito donde estaban los Catorce romances de la pasión compuestos por el gran escritor del Siglo de Oro. Lope de Vega conocía la lírica popular de la España de su tiempo y, a la vez, fue un gran creador de obras de teatro y de poesías de todo tipo. Sintonizaba muy bien con el alma nacional, tanto que sus obras, representadas desde los corrales de comedias de las ciudades importantes hasta en las plazas de las más humildes aldeas, tuvieron tal éxito que algunos de sus versos pasaron a formar parte del acerbo popular. Sus logradísimos Romances de la pasión se han editado en pliegos sueltos y libritos desde la época en que vivió el Fénix de los Ingenios hasta nuestros días. La iglesia española los consideró muy acertados por lo que fomentó que fueran cantados en las procesiones de Semana Santa.