Título: Cómo sobrevivió San Millán en el yermo |
Los hagiógrafos de San Millán señalan la dura vida que llevó el santo durante los cuarenta años que moró entre las breñas del alto valle del Cárdenas. Así, Gonzalo de Berceo nos dice en su Vida de San Millán de La Cogolla (estrofa 50):
Nin nieves ni eladas nin ventiscas mortales,
nin cansedat nin famne nin malos temporales,
nin frío nin calura nin estas cosas tales,
sacar no lo podieron d’entre los matarrales.
Fray Matheo de Anguiano, en 1704, nos cuenta: «Ya dexamos encerrado a nuestro glorioso anacoreta en la lóbrega, húmeda y asperísima cueva, más próxima a la cumbre del monte Distercio: Aquí hizo su mansión, privado por Dios del trato y comercio de los hombres; pero por ser el sitio más vecino al cielo y más libre de embarazos de la tierra, gozaba frecuentemente de los consuelos y compañía de los ángeles».
Santiago Lerena conoce al dedillo el valle alto del río Cárdenas pues ha vivido en él durante largas temporadas desde los trece años, algunas veces en soledad y durmiendo a la intemperie. Nos cuenta cómo sobrevivir en el monte, pues éste ofrece alimentos y cama donde dormir. En el valle no faltan bichos como el jabalí y el corzo, para cuya caza basta una alambre; truchas que se dejan pescar a mano; maguillos y manzanos, anavias, avellanas, bellotas de roble y la fri o friz -el fruto de las hayas-. Así debió mantenerse San Millán, además de lo que precariamente le produciría su huerto, el Huerto del Santo, en el que, según la tradición popular, cultivaría diversos frutos.