Título: Bromas en el oficio de tinieblas |
En las tres tardes previas a Viernes Santo la liturgia católica celebraba el oficio de tinieblas. Las luces del templo estaban apagadas, solo quedaban iluminadas quince velas de un candelabro dedicado a ello llamado tenebrario. Pero el sacerdote iba apagando las velas una a una hasta dejar el templo a oscuras. Con ello se pretendía recordar la oscuridad que se apoderó del mundo la noche en que Cristo murió. En ese momento también se quería recordar el estruendo o terremoto que se produjo cuando murió el mesías y para ello se golpeaban los bancos y el suelo de madera con los pies y con cualquier objeto duro, como las piedras. La oscuridad del templo y el ruido producían angustia y miedo entre muchas personas, sobre todo niños. Pero estos tenían preparada una broma para resarcirse del tormento: con nocturnidad, alevosía y aprovechando la confusión general llevaban a la iglesia piedras y unas puntas largas que las atravesaban en las faldas de las mujeres y las dejaban clavadas en el suelo o en el asiento. Cuando volvía la luz al templo, algunas mujeres no podían levantarse, a otras se les rompía la falda y todas increpaban la travesura de los chiguitos. El caso de San Vicente de Robres no era excepcional, era una ocurrencia común de monaguillos y chavales en general.
Es de interés señalar el recuerdo de Ascensión de que en la iglesia de su pueblo no había bancos corridos sino que la gente se colocaba de pie o se arrodillaba sobre el suelo de madera para seguir los oficios, seguramente sobre las tumbas familiares. Los bancos corridos en las iglesias son una novedad que comenzó a introducirse hace un siglo y, probablemente por la escasez de medios, en estas aldeas apartadas continuaron sin bancos hasta su despoblación.