Título: Bernardo del Carpio |
El mal se vaya y el bien nos venga
y la comida de mañana que no se detenga,
que grama, cerrillo y lastón,
buen punto pa mi sermón
que el zapato, bueno o malo,
es mejor pal pie que no pa la mano.
Esto eran un rey y una reina y tenían dos guardaespaldas, que uno era el conde Zardaña y el otro el conde Donrrubia y un día estando hablando los dos condes le dijo uno al otro:
–Vamos a pedir la mano a doña Jimena, la hermana del rey. Se la voy a pedir.
Y dijo el conde Zardaña:
–Bueno.
Y marchó, compró un ramo de flores y marchó onde la hermana del rey. Estaba en su jardín.
–Buenas tardes, su majestad.
–Buenas tardes, conde Donrrubia, ¿qué te trae por aquí?
–Vengo a pedirle la mano de casamiento.
Y le dijo:
–No, de eso nada. Ya te puedes dil por donde has venido.
Bien, conque una semana sin hablar nada. Y le dijo el conde Zardaña:
–Oye, me dijiste que ibas a pedir la mano a la hermana del rey, palabra de casamiento. ¿Qué te dijo?
–¡Ah!, me dijo que no.
–Pues mañana voy a dir yo.
–A mí me ha dicho que no, ¿y a ti te va a decir que sí? Bueno.
Conque al otro día marchó el conde Zardaña y estaba allí doña Jimena en su jardín.
–Buenas tardes, su majestad.
–Buenas tardes, conde Zardaña, ¿qué te trae por aquí?
–Pues nada, vengo a pedirle la palabra de casamiento.
Y le dijo:
–Bueno, pues acepto.
Cuando ya se encontró otra vez con el conde Donrrubia le dijo:
–¿Qué te ha dicho?
–Pues a mí me ha dicho que sí, me voy a casar con ella.
Entonces el conde de Donrrubia le cogió hincha y le cogió rabia. Pero a los pocos días el conde de Zardaña subió por una puerta falsa y estuvo con doña Jimena toda la noche. Y tenía una doncella que pensaba que era de más amistad, que tenía la que más amistad con ella. Y le dijo:
–¡Ay, doncella!
–¿Qué le pasa a su majestad?
–Esta noche ha subido el conde don Zardaña y ha estao toda la noche conmigo.
–¡Hola!, ¡quién como usted, con un gran conde de Zardaña!
Y llegó esa doncella ande el conde de Honrrubia.
–Esta noche ha estado el conde de Zardaña con doña Jimena, durmiendo toda la noche.
–Toma, cien pesos.
Pues al poco tiempo, pues se quedó encinta.
–Desde aquella noche que estuvo el conde de Zardaña, ahora estoy encinta.
–¡Hola!, ¡quién como usted, embarazada de un gran conde de Zardaña!
Pero fue la otra ande el conde de Honrrubia.
–La hermana del rey se ha quedao embarazada.
–Toma, otros cien pesos.
–Cien pesos doblaos te doy el día que vaya a dar a luz, vienes y me lo dices.
–Pues de acuerdo.
Pues ya pasó el tiempo, llega a los nueve meses y se pone a dar a luz y llaman a los médicos, en oculto, pa que no se enteraría el rey y le avisaron a él, al conde Zardaña:
–Esta noche ven a por tu hijo, lo que sea, pa que lo lleves a criar en oculto.
Por unas puertas falsas, estaba el conde de Zardaña con su caballo esperando y estaba ella dando a luz. Pero llegó la criada, esa mala, ande el conde de Honrrubia.
–Los cien pesos más doblaos que me tienes que dar, que ahora mismo está dando a luz.
Bien. Pues llegó el conde Donrrubia ande el rey y dijo:
–Su majestad, ¿qué le haría al conde de Zardaña si yo le diría una frase mala de su hermana?
–Mira, Donrrubia, toda esta rabia que tú le tienes al conde de Zardaña y se va a casar con mi hermana, y no se va a casar con ti, porque todo es la envidia que tú le tienes.
–No, no. Usted dígame qué le haría.
–Pues atiende a las condiciones que yo te voy a poner ahora. La maldición que yo le eche al conde de Zardaña, como sea mentira lo que tú me digas, va a dir a caer sobre tu espalda, para ti.
–De acuerdo. En este momento está su hermana dando a luz del conde de Zardaña.
–¿Qué?
–Como lo oye.
Montaron los caballos, llegaron al palacio y allá estaba el conde de Zardaña esperando. Y en ese momento ya le entregaron a un niño, que había dao a luz la otra, le entregaron al niño. Cuando, ¡catapún!, el rey y Donrrubia, los dos. Y le dijo el rey:
–¿Qué te trae por aquí, conde Zardaña?
Y al decir eso, el niño lloró. Y le dijo:
–No me cuentes más. Dale eso que tienes en tus brazos al conde Donrrubia.
Y le dijo, al conde Donrrubia:
–Toma, no siento más que le entrego sangre de mis propias venas al enemigo más grande de este mundo.
Porque ya sabía que era el alcahuete. Bueno, pues se lo dieron y le dice el rey al conde de Zardaña:
–Y tú, mañana, vienes a hablar conmigo.
Se llevaron al niño, lo bautizaron y le pusieron Bernardo y apellido, El Carpio, Bernardo El Carpio. Bien. Pues vamos a ver que al otro día no quiso ir, el conde de Zardaña ande el rey, le daba vergüenza. Pero a la semana siguiente dijo:
–¡Bah!, voy a dir a hablar con él, total, oye, qué me va a hacer, si al fin y al cabo ella es una mujer y yo soy un hombre.
Pues bien, marchó ande el rey:
–¿Puedo pasar?
–Adelante. Te estaba esperando.
Y tenía una carta. Y le dijo:
–Toma esta carta y llévala al castillo donde irás y no volverás.
–Dime, rey, ¿yo, de mensajero?
Y le dijo:
–Sí, más te conviene a ti que no a mí.
Entonces el conde de Zardaña pensó que era una carta para que firmaría alguien para volver y casarse con su hermana, pero fue todo lo contrario. Montó en el caballo, cogió la carta y salió, cara al castillo donde irás y no volverás y cuando ya llevaba unas millas andando se le puso ¡una oscuridad y una niebla! Y él paró el caballo y dijo:
–Viva Dios, que parece que el conde de Zardaña por su pie se está metiendo dentro de la sepoltura. Pero qué dirán si yo me vuelvo, que el conde de Zardaña acobarda, de eso nada, ¡adelante, caballo!
Tiró palante y cuanto más andaba más oscuridad se le ponía y dijo:
–Pues viva Dios, que el conde de Zardaña no acobarda.
Y llegó al castillo donde irás y no volverás. Pegó en la puerta y le salió Carlomanos, azote de los potesmos [una corrupción de protervos].
–¡Hombre! ¿Qué te trae por aquí, conde Zardaña?
–Nada, aquí te traigo una carta del rey.
–Entra.
Pasó adentro, cogió la carta, abrió la carta y le ponía:
–Sacarle los ojos en vivo, en vivo y aprisionarlo de cadenas para toda la vida.
Entonces llegó Carlomanos y gritó:
–¡Cerrajeros, cerrad bien las puertas con las trancas de hierro que el conde Zardaña no sale más de ésta!
El conde de Zardaña pegó un salto atrás y desenvainó su espada y dijo:
–Disme, Carlomanos, ¿por quién vengo yo preso?
–Por mando de rey.
–¡Viva Dios que es por mando de rey, que si por valentía fuera
piedra por piedra el castillo deshaciera
con la punta de mi espada y fuera de él me saliera!
Tiró la espada, le ataron en un sillón, le sacaron los ojos, lo llenaron de cadenas, lo metieron a una mazmorra. Bueno, pues vamos a dejar al conde de Zardaña que estaba ahí y vamos a ver a la hermana del rey; la metió en un ministerio de monjas.
Pues vamos a ver al niño que lo estaba criando el rey, su tío, era su tío, que lo estaba criando. Y venía muy desarrollao, porque cuando tenía ocho años parecía que tenía diez o doce y cuando salían de la escuela al recreo con sus compañeros, le hacían guerrillas, con espadas de tabla. Y él se cogía a tres o cuatro de compañeros y al otro se ponían ocho o diez, pero que liquidaba a todos. Bien, pues a uno que si le había sacado un ojo, iban donde el rey:
–A ver, que su sobrino Bernardo a mi hijo le ha sacado un ojo.
–Pues no podemos hacer nada porque son niños.
Se echaba el rey la mano al bolsillo:
–Toma, tanto dinero, pa que te apañes con tu hijo, a ver.
Pero al otro día a otro que si le había roto un brazo. Y también venían donde el rey. Pues de esa manera cogió Bernardo dieciocho años. Y tenían un criao que se llamaba Monzón. Y un día el rey le dice a Monzón:
–Monzón, lleva a Bernardo hoy de campo, como que vas a cazar con él, y pruébale a ver las fuerzas que tiene, que parece que tiene mucha fuerza, porque es que todo el mundo le teme, porque pa lo joven que es, la fuerza que tiene este Bernardo, no sabemos dónde recupera él tantas fuerzas. Allá en el monte, pruébale las fuerzas que tiene.
Conque:
–Bien, de acuerdo.
Fue donde el campo y a eso de las diez de la mañana fueron a almorzar a una fuente que había, se ponen a almorzar y después de almorzar, Monzón lo cogía, lo abrazaba y le hacía fuerza, lo probaba y Bernardo se dio de cuenta y le dijo:
–¡Ah, Monzón!, mi fuerza y mi rigor no sabe Dios hasta dónde llegan.
Y al otro, que era un guerrero cubierto, le supo malo eso. Y le dijo:
–¡Mocoso!, ¿tu fuerza y tu rigor hasta dónde pueden llegar?
Entonces Bernardo le metió la mano por la cintura, por el correaje, y lo levantó en el aire y le dijo:
–¡Ah, Monzón!, gracias que no reconozco por padre a otro que a ti, si no, ahora mismo contra esa roca, ahí los sesos te dejara.
–Bernardo, vamos pa casa.
Bueno, cogieron los caballos, pa palacio y cuando iban pa palacio, este Monzón, entre él, se dijo:
–Cuando te dice Bernardo que las montañas hacías, a los osos sujetabas, a los tigres vencías y al ciervo, sin ocupar su ligereza, lo cogiste por una pata y le cortaste la cabeza.
Este Monzón le dijo:
–¡Bernardo!
Le dice el otro:
–¡Monzón!
–Un guerrero como tú sin espada no pue estar. Vete ande el conde Donrrubia que te ciña la espuela y tu tío el rey que te ponga la espada y dile que quieres ser mozo de mesa redonda, guerrero cubierto.
–De acuerdo.
Llegaron allí y llegaron donde el conde Donrrubia, pero Monzón fue corriendo donde el rey y le dijo lo que pasó con Bernardo y dijo el conde Donrrubia:
–¿Dónde vas?
Y dijo:
–Tú, que me vas a ceñir la espuela. Y mi tío me va a ceñir la espada. Y voy a ser mozo de mesa redonda.
Y dijo:
–¡Tú, bastardo, mal nacido! ¡Qué te voy a poner a ti la espuela!
Y en ese momento llegó el rey. Y le dijo:
–Oye, Bernardo no es ningún malnacido, Bernardo es de gran solemnidad y al conde de Donrrubia no lo necesita para nada. Cíñele la espuela, yo le voy a ceñir la espada, y desde este momento va a ser mozo de mesa redonda.
Pues ya lo hicieron guerrero.
Pero un día había un moro que le llamaba Izagal y diba a pedirle la mano de doña Jimena para casarse con ella y no se la podía dar el rey porque no era doncella, ya había dado a luz, no sabía qué contestarle y le dijo a Bernardo:
–Bernardo.
–Tío.
–Sal y dale la respuesta al moro.
Llegó Bernardo, lo cogió por el correaje y lo levanta en el aire. Le dijo:
–Mira, Izagal, vete y dile al perro de tu rey que tu sangre no iguala con la nuestra.
Lo cogió y lo sacó por una ventana. Entonces le dijo el otro:
–¡Ah, Bernardo, si al Carpio vienes!
–¡Ah, Izagal, juro por mis nombres que al Carpio iré!
Conque vido su tío el rey la fuerza que tenía Bernardo y le dijo:
–Mira, Bernardo, te voy a decir unas palabras, ahora que estamos de buenas te voy a decir unas palabras, tú vas a ser heredero de todo lo que yo tengo, pero quiero que sepas que tu primo Bermudes va a ser heredero de cetro y corona.
Entonces se volvió Bernardo y le dijo:
–Tío, sobrino por sobrino, ¿quién es antes que yo? Además, usted de eso no se preocupe, cuando usted fenezca, el que más manos tenga la corona se pondrá.
Entonces le supo malo al rey porque le torció la palabra y le dijo:
–¡Borte, bastardo, mal nacido!, aun criándote yo no te puedo querer bien.
–¡Ah, o sea, que el otro día Bernardo era de gran solemnidad y hoy soy borte, bastardo y mal nacido! ¡Pues, viva Dios que Bernardo tiene que tener padre y madre, que no será hijo de ninguna montaña!
–¡Monzón, monta en el caballo, tira conmigo!
Montaron en los caballos y fueron, fueron a las cuadras del rey, había veinte caballos y de veinte caballos le mató dieciocho, por la rabia de no poder matar a su tío, le mató los caballos. Y le dijo a Monzón:
–Tira, ahora vente conmigo.
Cogieron los caballos; al Carpio. Fueron al Carpio y le dijo:
–Monzón, entra a ese bar y dile al moro Izagal que ha venido un guerrero desterrao, de las tierras de Graná a medirse las fuerzas con él. No le digas que soy yo, que si sabe que soy Bernardo no sale.
Conque entró el otro y estaba el moro Izagal jugando a las cartas con sus compañeros. Y le dijo:
–¿Izagal?
–¿Qué pasa, Monzón, que vienes a estas horas?
–Ahí afuera le está esperando un guerrero que viene desterrado de las tierras de Graná a medirse las fuerzas con usted.
–Dile que espere que ahora mismo salgo.
Conque salió, ya con el caballo preparao y todo eso y lo vio a Bernardo y le dijo:
–¡Ah, Bernardo, vete y goza de tus tiernos años que yo también voy a gozar, pero seré embajador en el Carpio!
–No, Izagal, yo he venido a portigo y no me voy del Carpio si no me llevo tu cabeza atada a la cola de mi caballo.
Conque desenvainaron las espadas y, nada, en dos espadazos le dio y le cortó la cabeza y le dijo:
–Monzón, baja, ata esa cabeza a la cola de tu caballo y entra por todo el Carpio diciendo: Muera esta perra canalla, viva el nombre del rey Alifonso el Casto.
De su tío, el rey. Y el otro tenía miedo:
–¡Pero cómo vamos a hacer eso!
–Vete. Baja.
Le ató la cabeza a la cola del caballo y le dijo:
–Tira ahora y vete diciendo eso que te he dicho: Muera esta perra canalla, viva el nombre del rey Alifonso el Casto. Tira y no tengas miedo que detrás tuya llevas a un león fiero.
Y iba cortando cabezas a derecha y izquierda y cuando ya se cansó de matar a todos los moros que le dio la gana pues se le echó una docena de moros que eran músicos y les dijo:
–Ahora vosotros conmigo, pal palacio [el del rey].
Conque iban para el palacio y cuando faltaban cuatro kilómetros para llegar les mandó tocar la música y el conde Donrrubia y el rey que estaban cazando sintieron la música y le dijo Donrrubia:
–Rey, ¿no sientes música mora?
–Hace rato que la estoy escuchando.
–¡Si será Bernardo que se ha vuelto moro y viene a darnos guerra!
Y le dijo el rey:
–Yo nunca lo quise mal.
Y dijo Donrrubia:
–¡Ah, pues yo jamás!, pero por si acaso vámonos para palacio.
Bueno, fueron pa palacio y entró Bernardo con todos los moros tocando allí la música, llegaron a palacio y le dijo Bernardo:
–Tío.
–¿Qué pasa, Bernardo?
–Tenga, esto por lo que le hice en León, por matarle los caballos.
Y le entregó siete estandartes que tenía el moro ganaos.
–Bien, Bernardo, no pasa nada.
Entonces el rey echó bando que el primero que le diría a Bernardo quién era su padre y quién era su madre que lo colgaba en la colmena más alta de palacio. Pero este Monzón, de noche, se pensó:
–Si Bernardo sabe que yo sé quién es su padre y no se lo he dicho me corta la cabeza.
Y le escribió una nota, y en la habitación, por debajo la puerta, se la metió.
A la mañana se levantó Bernardo pa coger las botas para calzarse y se encontró, ¡pun!, una nota, la cogió y le ponía:
–Bernardo, si quieres saber dónde está tu padre, lo tienes en el castillo donde irás y no volverás.
Esta nota la cogió, la guardó, salió abajo sin desayunar, montó en el caballo y arreó. Y cuando ya estaba llegando al castillo, Carlomanos estaba por una ventana viendo y dijo:
–Cerrajeros y palanqueros, marcharos del palacio porque la fuerza que viene es Bernardo el Carpio y como éste nos pille aquí nos liquida a todos.
Conque llegó a palacio, empezó a pegar, ya se habían escapao los otros, empezó a pegar y allá que no contestaba nadie. Le pegó una patada a la puerta y la tiró, desenvainó su espada y entró y empezó a mirar desde las bodegas hasta la colmena, y no encontraba a nadie, en todos los rellanos, miraba por todo, y cuando ya se cansó de mirar dijo:
–Esto ha sido por probarme las fuerzas, pues nadie va a saber hasta dónde van a llegar.
Y al bajar había un rellano, había una puertica pequeña, allá con talaratas de esas, con telarañas, de que hacía muchísimos años que no se abría y dijo:
–¡Hombre, una de ellas que se me olvidaba!
Le pegó patada, y estaba allí el conde de Zardaña. Y como aquella puerta hacía tanto que no se había abierto, se dio la vuelta el conde y las cadenas hicieron mucho ruido y Bernardo, como no sabía quién era, desenvainó la espada y la puso por delante y le dijo:
–¡Bicho, mala visión, mala pantasma!(fantasma), habla con la punta de mi espada.
Eso se lo dijo por si era un difunto, un fantasma, que no hablase con él sino con la punta de la espada, y a él ya no le hacía mal.
Entonces llegó el conde de Zardaña y le dijo:
–¿Quién sois que mi historia no lonáis? [lonar: conocer en dialecto caló] porque yo soy el conde de Zardaña.
Sólo tengo un Bernardito, me cuentan de sus hazañas
y si tú no me lo eres, me dirás pa quién las guardas.
Le dijo eso porque ya vio que era un hombre valiente. Entonces entró él y se le abrazó y le dijo:
–Papá, yo soy su hijo, yo soy Bernardo el Carpio.
Y su padre lo tocaba. Y le decía:
–No me toques, papá, porque soy tu mismo retrato.
Cogió y dicen que como nosotros rompemos los papeles, que Bernardo rompía las cadenas de su padre. Lo cogió y lo sacó a la calle. Y le dijo:
–Ahora mismo vamos a palacio, papá.
–No, te voy a pedir un favor por primera vez. Yo vine aquí preso por mando de rey y tengo que dir a palacio por mando de rey otra vez.
Y le dijo:
–¿Qué falta nos hace el rey a nosotros?
–No, no, no. El primer favor que te pido concédemelo.
–Concedido lo tienes.
Cogió el caballo, montó y marchó.
Y sin bajarse del caballo gritó a la ventana (del palacio del rey):
–Tío.
–Bernardo.
–¿Quieres que traiga a mi padre?
–Sí, Bernardo, ¡por qué no!
Conque volvió otra vez con el caballo, pero pa cuando volvió lo encontró muerto. Dicen que no se sabe si es de alegría que cogió o que bajó otra vez Carlomanos y lo mató antes de que se lo llevaría, pero muerto y todo lo cogió y lo llevó. Y en vez de llevarlo a palacio lo llevó a la iglesia, porque antes de morir el conde de Zardaña le contó quién era su madre y dónde estaba metida. Lo llevó a la iglesia y llegó al palacio y le dijo al rey:
–Ahora voy a traer a mi madre y quiero que a las doce en punto estís todos en la iglesia.
Conque bien, marchó al ministerio de monjas, sacó a su madre, la trajo, y a su padre lo puso en un banco con unas sillas, estaba muerto, y su madre allá, al lao, y le dijo al cura:
–¡Cásalos, eh!
Y él se metió debajo de las faldas de su madre, y los casó el cura. Y después de casaos salió él, de debajo de las faldas de su madre y le dijo:
–Tío, ¿se me ha quitado la mancha?
Que ya no era borte ni bastardo, tenía padre y madre y le dijo:
–Sí, Bernardo.
Y estaba el conde de Honrrubia mirándole a ella, porque estaba enamorao de ella, llegó Bernardo y le dijo:
–Mira el conde de Donrrubia, qué atento la está mirando,
le voy a cortar la cabeza, que el aire la lleve en bajo,
por traidor y canalla, que mira y calla.
Se soltó con la espada, la cabeza cortada. Llegó el rey y le dijo:
–Bernardo, ¿te lo has tomado de veras?
–También te burlas como tío como para tomarlo de veras
no quedará sillón en palacio ni en vuestros hombros cabeza.
Le tiró con la espada y también le cortó la cabeza. Entonces cogió a su madre y la llevó a palacio. Y él estaba p’allí y cuando vino un día, vinieron los siete pares de Francia, a pelear con Bernardo. Pegaron en el palacio y salió su madre.
–¿Dónde está Bernardo?
–Pues no está, está por ahí, vendrá a mediodía a comer.
Y le dijo a su madre:
–¡Hala, usted salga de casa! –de palacio–.
Y les dijo a sus hombres:
–Quemar todas las sillas, dejar na más que las justas para nosotros, así que quemar todo.
Para cuando viniera Bernardo había un sillón que entre los veinticuatro hombres no podían levantarlo.
–Como que no sabemos nada le vamos a decir: “acércate el sillón pa aquí”. Si él puede con el sillón nos rendimos.
–Pues de acuerdo.
Conque, bueno, vino Bernardo y se encontró a su madre llorando.
–¿Qué te pasa, mama?, ¡antes que estabas en un ministerio de monjas estabas contenta y ahora que estás en palacio y estás como una reina…!
–¡Ay, hijo, es que han venido muchos a pelear contigo!
–¿Eh?
–Sí. Y están en el palacio.
–De acuerdo.
Llegó, marchó a palacio él y pegó y salió Carlomanos, azote de los Potesmos, y le dijo:
–¿Qué es lo que pasa?
–Yo soy Bernardo, habéis venido a pelear conmigo.
Y le dijo Carlomanos:
–Sí, pero… no vamos a poder pelear contigo porque nosotros peleamos con hombres que se les mantenga un pelo en la barba y tú no tienes barba.
–Un momento, Carlomanos.
Se volvió para atrás, le echó mano a un peine, un peine de marfil, lo cogió, y entre el cutis y la piel se lo clavó. Se volvió y le dijo:
–Dime, Carlomanos, ¿se me tiene o se me cae?
–Se te tiene, Bernardo, puedes subir a comer con nosotros y después de la comida peleamos.
–De acuerdo.
Subieron a palacio.
–¡Ay, ya perdonarás, Bernardo!, hemos quemao todo, todas las sillas que había y nos hemos quedao sin silla para ti, pero, no obstante, acércate aquel sillón.
Entonces comprendió. Cogió el sillón así, con una pata, lo levantó en el aire, lo trajo a la mesa, dijo:
–Disme, Carlomanos, ¿dónde quieres que lo deje?, ¿aquí?, ¿aquí?, ¿aquí o aquí? [el informante hace el gesto de ir colocando el sillón en los cuatro costados de una mesa].
Le dijo:
–Donde tú quieras, Bernardo.
Lo dejó caer y clavó las cuatro patas en el cemento. Conque comieron, salió Bernardo afuera y dijo:
–¡Venga, todos a pelear conmigo!
Salieron todos afuera, desenvainaron las espadas pero… la punta pa ellos y el mango para Bernardo:
–Nos rendimos, contigo no podemos pelear, porque nos vas a matar a todos.
Entonces Bernardo, cabreao, salió por un camino hasta afuera y dijo:
–Si Dios que nació en Belén
de contra de mí se pusiera
lo matara o lo venciera.
Dando tres pasos, cuando se le presentó un hombre, un viejico, con unas barbas grandes y dijo:
–Disme, Bernardo, ¿te acuerdas de las palabras que has dicho allá atrás?
Y le dijo:
–Sí, me acuerdo.
–¿Qué palabras has dicho?
–Que si Dios que nació en Belén
de contra de mí se pusiera
que lo matara o lo venciera.
Entonces le dijo:
–Yo qui’he sido el que t’ha dao toa esa fuerza, to’ese rigor, para que te vengaras, para que sacaras a tus padres de los apuros y mataras a todos tus enemigos, ahora vienes y ¡hasta con mí te metes! ¡Lucha, Bernardo!
Le hizo así [Fabián abre el puño como quien va a soltar algo con fuerza] y le echó una banda de mosquitos, que no podía con ellos, se lo comían los mosquitos, y le entró mucha sed.
Sacó Bernardo la espada y la tiró contra una roca, se clavó en la roca y de aquella espada salió un chorro de agua y le dijo:
–Cuando Dios quería
agua había.
Se arrodilló allí y empezó a beber agua.
Y esto pasó en los llanos de Calahorra, en un Calahorra que no sabemos dónde está. Y quedó allí encantao hasta que el mundo se pierda y vuelva él otra vez a salir para ganarlo.
Bueno, pues este Bernardo estaba encantao, en un cueva muy larga y estaba en el fondo de la cueva. Estaba encantao hasta que el mundo se pierda y salga él otra vez para arreglarlo. Bien, pues en el pueblo ese había un vaquero, tenía vacas, y había una vaca flaquica y andaba lo justo pa andar, de flaca. Un día, estando apacentando llegó esa vaca y se metió a la cueva y pa los quince días que esa vaca estaba entrando a la cueva, ¡se puso de gorda y de maja!, mejor que ninguna. Y el pastor:
–Pues qué tendrá esa vaca en esa cueva.
Que entraba a esa cueva que no podía ni andar y se está poniendo lo más guapa de toda la ganadería. Dijo:
–Mañana me voy a poner en la puerta la cueva y cuando entre esa vaca voy a entrar con ella.
Conque le dijo a su madre:
–Mañana, a tal hora, suelta las vacas, que yo no voy a estar y ellas ya saben dónde van.
Pues va y su madre suelta las vacas y esa vaca estaba cebada a esa cueva y él estaba a la puerta de la cueva y cuando la vaca entró corriendo se agarró a la cola y lo metió la vaca hasta dentro, hasta el fondo de la cueva y allá estaba Bernardo, con unas barbas que le llegaban a la cintura. Le dijo:
–Buenos días, pastor.
–Ya dirás qué tiene esta vaca aquí, ¿verdad?, que estaba de flaca que no podía ni andar y lo guapa que se está poniendo ahora, lo lucida, lo bien. Pues sí, pues he entrao.
–Pues mira, yo soy Bernardo el Carpio, que estoy aquí encantao.
Y había un estandarte, ¿sabes lo que es un estandarte?, una bandera con un palo.
Dijo:
–Coge ese estandarte, levántalo.
Cogió el pastor el estandarte y lo levantó y sintió unas músicas moras, unas alegrías, unas carreras de caballos.
–Déjalo en el suelo.
Lo dejó y todo en silencio.
Y dijo:
–Mira, ahí está mi encantamiento.
Y estando hablando con el pastor, cogió una piedra grande y la apretó y según la iba apretando la piedra se hacía arena, de la fuerza y el poder que tenía Bernardo. El pastor se le quedó mirando. Y le dijo
–Dizme en qué está tu encantamiento y yo te desencanto –le dijo el pastor, también valiente–.
Le dijo:
–Pues mira, el día San Juan, cuando lo justo está rayando el sol a la mañana, si a este estandarte que has tenido en la mano, ya ves que no pesa nada, le pega el sol, me desencantas, pero ten por cuenta que detrás de ti vas a oír música, vas a oír muchos ruidos, vas a oír caballos corriendo que parece que te van a atropellar, ten por cuenta no volver la cara, que si vuelves la cara patrás, me encantas para otro tanto tiempo.
–Lo juro que lo haré.
–¿Lo harás, pastor?
–Lo haré
–Dame la mano.
Le dijo:
–No, no te la doy.
Como vido que la piedra la deshacía, tuvo miedo luego a darle la mano.
–No te doy la mano, pero te doy mi palabra que el día de San Juan vengo aquí a la mañana.
–Pues de acuerdo.
Quedaron en eso, conque llegó el día San Juan y llegó el pastor y entró a la cueva. Y cogió el estandarte en la mano y estaba preparao, a ver cuándo rayaba el sol pa salir corriendo. Conque lo justo raya el sol cuando cogió el pastor el estandarte y salió corriendo, pero detrás dél sentía tantas alegrías, tanta música, pateo de caballos, gritos, voces, que dicen, dicen, que le faltaba cuatro metros pa salir a la puerta y no pudo aguantar, volvió la cara, ¡zssinn!, se le escapó de la mano el estandarte y quedó todo en silencio y no oyó más que una voz que le decía:
–¡Ah, pastor! Me has encantao pa otro tanto tiempo. ¡Sed canina te dé Dios y hambre rabiosa!
El pastor salió pa fuera, marchó, y empezó a tener sed y hambre. Iba al río, se ponía boca abajo bebiendo agua y nunca se hartaba. Estaba una hora bebiendo, dos horas, y no se hartaba. Mataba una vaca, se la comía y siempre con hambre y en cuestión de un mes, el pastor se murió. Y este cuento ha terminao.
Bibliografía:
- Javier Asensio García y Helena Ortiz Viana, Cuentos maravillosos de un gitanico navarro, Pamiela – Piedra de Rayo, Pamplona, 2008.
- Javier Asensio García, Cuentos populares de los gitanos españoles, Siruela, Madrid, 2008.
- Luis Suárez Ávila, “El romancero de los gitanos bajoandaluces: Del romancero a las tonás”, en Dos siglos de flamenco. Actas de la Conferencia Internacional (Jerez, 1988), Fundación Andaluza de Flamenco, 1989.
- Luis Suárez Ávila, “El romancero de los gitanos bajo andaluces, germen del cante flamenco”, en El Romancero. Tradición y pervivencia a fines del siglo XX. Actas del IV coloquio internacional del romancero, Fundación Machado y Universidad de Cádiz, Cádiz, 1989.
- Luis Suárez Avila, “De Bernardo del Carpio a los gitanos bajoandaluces”, en Ínsula: revista de letras y ciencias humanas, nº 567, Barcelona, 1994.
- Ramón Menéndez Pidal, Romancero Tradicional. Romanceros del Rey Rodrigo y de Bernardo del Carpio, Universidad Complutense, Madrid, 1957, páginas 141 a 270.
- Lope de Vega Carpio, Las mocedades de Bernardo del Carpio, Editorial Atlas, Madrid, 1966, páginas 1 a 48.
- Lope de Vega Carpio, El casamiento en la muerte, Editorial Atlas, Madrid, 1966, páginas 49 a 93.
- Teresa Catarella, El romancero gitano–andaluz de Juan José Niño, Fundación Machado, Sevilla, 1993.