Aguilar del Río Alhama
La numerosa cofradía aguilareña de San Antón Abad sale en procesión la víspera del 17 de enero. El sacerdote bendice los campos y los animales. Bien entrada la noche encienden una gigantesca hoguera y en sus brasas asan carnes que son repartidas entre los asistentes. Para sufragar los gastos se rifa un cerdo.
Francisca Benito, que fue propietaria de la fábrica de harinas que hubo en Aguilar del Río Alhama, practicaba una costumbre curiosa: sembraba cuatro macetas de trigo y las colocaba debajo de su cama. Las plantas con poca luz crecen lacias, largas y de un color verde más apagado pero no les falta belleza. Llegado Jueves Santo colocaba las macetas al pie del altar mayor, en el monumento, como ofrenda a Jesucristo.
El día tres de mayo los aguilareños suben a la ermita de la Virgen de los Remedios de Gutur. Es la romería de la Cruz. Antiguamente lo hacían en caballerías y enrramaban las calles, tal como se ve en la fotografía.
Foto: Cortesía de José Ángel Lalinde
En la ermita se juntan con los romeros de otros pueblos cercanos: Valdegutur, Cabretón, Cervera, Débanos, San Felices y Añavieja. A la Virgen le cantan los gozos. Entre los participantes se reparten los bodigos, panes de unos ciento cincuenta gramos amasados con manteca y en cuyo interior llevan huevo y chorizo. El panadero de Aguilar recibe tantos encargos que tiene que poner iniciales con granos de café, arroz o garbanzos para distinguirlos.
También se lleva de postre la bizcochada, natillas con bizcocho.
De regreso, vuelven con la imagen de la Virgen que permanecerá en la parroquia hasta el final del verano, una vez recogidos los frutos del campo.
Los niños de Aguilar iban a bañarse al río la mañana de San Juan convencidos de que ese día no picaban las culebras.
La fiesta de Todos los Santos es víspera del Día de las Ánimas y la noche lleva en nuestro pueblo dos tradiciones que, junto con las idas y venidas al cementerio, pintan el paisaje de esta fecha otoñal y entrañable que invita al recogimiento: las calaveras, por una parte y la cena a base de caracoles que son la delicia de todos y excusa para el reencuentro de la familia y de los amigos. En otro tiempo, no hace muchos años, todo ello se acompañaba con el fondo de las campanadas que recordaban a los muertos e invitaban al rezo por su descanso eterno.
Durante el atardecer, los más pequeños se afanan en buscar calabazas de distintas formas y tamaños que se convertirán en juego nocturno. El trabajo, cuchillo en mano, consiste en extraer la carne de la calabaza, abrir en sus paredes ojos, boca y dientes e introducir en su interior una vela encendida que, en la oscuridad de la noche, impresiona o pretende impresionar a cuantos, por sorpresa, se topen con ellas.
Los niños, en cuadrilla, compiten por ver quién hace el trabajo más llamativo. Luego vendrá el recorrido por las calles llamando a los portales, colocando las calaveras en lugares estratégicos y tratando de asustar a los vecinos, no tanto por el aspecto del artilugio, sino por lo que pretenden representar en un día como éste en el que la chiquillería de Aguilar ha podido descubrir otras calaveras reales en el osario del cementerio.
Mientras el sacerdote, acompañado por los familiares que lo solicitan, va de tumba en tumba rezando responsos. Pero el aspecto tétrico que reproducen no empaña el otro festivo de los niños que, cada año, reviven esta tradición ancestral que se repite fielmente en el calendario de Aguilar.
Esta fiesta de las calaveras es tradicional y anterior a la moda de Hallowen.
Mientras las calaveras están en la calle, los adultos se reúnen en torno a la mesa para degustar los sabrosos caracoles apañados de mil maneras. En otros tiempos, en la iglesia parroquial, el sacristán, a pie de cuerda, hacía sonar las campanas desde las nueve o las diez hasta la media noche. Era un repiqueteo lento, como el que aún recuerdan los toques que anuncian el fallecimiento de algún vecino, a doble tintineo para subrayar el carácter lúgubre de una noche en la que todas las familias recordaban y aún recuerdan a sus familiares difuntos.
Mientras duraba el toque, terminada la degustación de los caracoles, daba tiempo a rezar el rosario por el alma de los seres queridos y hasta se encendían en su memoria pequeños candiles preparados con las cáscaras de los caracoles a las que se introducía una deshila a modo de mecha que se encendía una por cada muerto de la familia e incluso se dedicaba “esta por la tía fulana, que no se acuerda nadie de ella”.
La cofradía de Santa Bárbara celebra su fiesta el cuatro de diciembre. Sacan a la santa en procesión y besan su reliquia.
La víspera del 13 de diciembre, Santa Lucía, los cofrades de esta santa se juntan después de la misa para degustar los bizcochos.
La camuesa es una variedad de manzana cultivada tradicionalmente en España y que hoy ha quedado fuera de los circuitos comerciales por lo que corre cierto peligro de desaparición. Se trata de una de esas variedades de frutas autóctonas que convendría proteger antes de que sea demasiado tarde. En la comarca de Aguilar todavía quedan camuesos aunque sean los de Cornago los que lleven la fama gracias al conocido dictado de “La mujer y la camuesa, cornaguesa”.
En el siglo XVI los arrieros moriscos de Aguilar mandaban las camuesas del Alhama a Segovia, Toledo Valladolid y Madrid.
Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española del año 1611 dice de la voz camuesa:
“Es una especie de manzana excelentísima, aromática, sabrosa y suave al gusto, sana y medicinal. Dice el doctor Laguna, sobre Discórides, que solamente se halla en España y en algunas partes de Flandes, aunque allá por nacer en tierra húmeda y fría no son tan buenas. El padre Guadix, dice ser arábigo, y que vale tanto como cosa que tiene semajanza de teta o pecho de mujer.”
La camuesa aparte de ser una manzana dulce es también de fruto tardío por lo que durante siglos se comió como postre navideño.
Con manzanas camuesas cocidas con leche y miel se hacía en Aguilar del río Alhama un postre llamado sonsiega o sosiega.
El bodigo suele llamarse en La Rioja al bollo preñado con chorizo. Los bodigos son en nuestra región propios de cofradías, fiestas religiosas o del día de Jueves Lardero. El bodigo es citado por Berceo y viene de la palabra latina panis votibum.
La merienda de Jueves Lardero se hace a base de chorizo y huevo, también era costumbre el conejo y las natillas.
Costumbre propia de La Rioja vinícola es la de ofrecer limonada las tardes del Jueves y Viernes Santo. En Aguilar entre oficio y procesión, los amigos y la familia se visitan y reúnen y para acompañar la conversación ofrecen limonada (vino arreglado con zumo de limón, agua y azúcar) y las hojuelas que, con respeto a la tradición y a la fórmula heredada de la tía Felisa La Molinera se elaboran con esmero y el cariño de la amistad compartida.
Receta de las hojuelas de la tía Felisa
Ingredientes: seis huevos, trece cucharadas soperas de azúcar, media taza (de las de café) de aceite, una taza de anís, una cucharada sopera de vinagre, tres papeletas de armisén, harina (la necesaria hasta que se forme la masa).
Elaboración:
En primer lugar se han de batir los huevos con el azúcar hasta que esté todo bien mezclado.
A continuación se va añadiendo el aceite, el vinagre y el contenido de las papeletas de armisén. La harina se añade poco a poco hasta que vaya tomando cuerpo la masa.
Una vez batidos los ingredientes se deja reposar durante tres o cuatro horas.
Transcurrido ese tiempo se toman trozos de masa, se extienden con un rodillo hasta hacer láminas delgadas y se cortan los trozos con cuchillo para introducirlos en la sartén.
Hasta la expulsión de comienzos del siglo XVII, los moriscos aguilareños se dedicaron sobre todo a la agricultura y a la arriería. No consta que hubiera graves problemas de convivencia. De hecho estos “moros de paz” tomaron nombres cristianos y olvidaron la lengua de sus antepasados, que la usaban solo en sus rezos y muy mezclada con el castellano. También los vemos corriendo toros como sus convecinos cristianos. La población morisca se concentraba en la calle Nueva, Eras y Puerta Palillos.
“En este valle, bajo una climatología mediterránea propicia, numerosas huertas fertilizadas por sus aguas eran sometidas a una explotación intensiva de hasta tres recolecciones anuales, pues al cultivo sucesivo de cereal y posterior siembra de legumbres o forrajes, se añadía una notable cosecha frutícola. Como indican los protocolos, en estas fincas arboladas, plantadas mayoritariamente de manzanos camuesos, se recogía gran variedad de frutos”
(Miguel A. Moreno Ramírez de Arellano, Poder y sociedad morisca en el alto valle del Alhama (1570–1614), página 16.
Junto a la camuesa, también cultivaban otras variedades de manzanas, cerezas, guindas, duraznos –melocotones–, lino y cáñamo.
El cultivo del lino y del cáñamo servía de soporte a un nutrido número de profesiones: sogueros, espadadores, rastilladores, tejedores que convivían junto a zapateros, curtidores y sastres. También hubo un morisco herrero en la calle Nueva junto a un antiguo frontón o juego de pelota.
“Ademas, al igual que otros convecinos, muchos moriscos hacían compatibles sus tareas agrícolas con la arriería, cuya arraigada práctica, favorecida por la confluencia de tres reinos en la tierra de Aguilar, no estaba exenta del descamino o contrabando de géneros. En ambas ocupaciones era insustituible, por su versatilidad y dureza, la cabaña mular, constituyendo el macho el eje de la economía de labriegos y trajinantes y objeto de sus mayores desembolsos, aunque también el ganado asnal sería útil para el pequeño acarreo de las huertas”. (Miguel A. Moreno Ramírez de Arellano, obra citada, página 17).
Un oficio curioso que estuvo en manos de un morisco fue el de saludador de ganado. Saludar era curar a los animales afectados por el mal de rabia.
La iglesia admitía que determinadas personas tenían en su saliva una gracia natural para la cura de la hidrofobia, aunque se tratara de infieles o cristianos nuevos. Francisco Corazón y Juan de Castejón, ambos moriscos, la tenían; el primero informó al alcalde de Aguilar de las cualidades del segundo y dijo que «era apto para ejercer el oficio de curandero en Inestrillas, ya que ‘tiene gratia datis grata para saludador de rabia y curar a los que estuviesen mordidos y dañados de ella, así personas como a toda clase de animales y tiene la rueda de Santa Catalina debajo de la lengua y puede saludar con licencia de los señores inquisidores”. (Miguel A. Moreno Ramírez de Arellano, obra citada, página 228 y nota de la 229).
La represión contra la población morisca no vino de las autoridades locales ni de sus convecinos sino del poder eclesiástico y civil centralizados que en primer lugar obligaron a estas gentes a convertirse al catolicismo, más tarde, entre 1584 y 1585 la Inquisición encerró alrededor de noventa moriscos de ambos sexos en las cárceles secretas de Logroño acusados de falsa conversión, de los que la mitad perecieron, fueron quemados o llevados a galeras, mientras otros se refugiaron en Aragón. Por último, hasta el año 1614 fueron obligados a salir de España.
Miguel A. Moreno Ramírez de Arellano nos desvela que los propios poderes locales defendieron a los moriscos ante los rumores de expulsión:
“Un documento notarial, fechado en Aguilar el 6 de diciembre de 1609, resume el estado de ansiedad de la minoría de esta villa en aquellos momentos: Ante los alarmantes rumores que corrían acerca de una inminente expulsión en Castilla, los nuevos convertidos buscaron el apoyo y protección de las autoridades locales. Lógicamente, la estancia en la capitanía general de Orán de Felipe Ramírez de Arellano suponía un contratiempo adicional, ya que, como señor de estos lugares, era partidario de la permanencia del vecindario morisco. Supliendo esta ausencia, será el alcalde mayor del condado, licenciado Pedro de Vallejo, quien consciente del grave daño que causaría al interés general de la zona la salida de su numerosa población conversa, convoque una llamada a concejo con el fin de estudiar medidas para evitar esta amenaza”. (Miguel A. Moreno Ramírez de Arellano, obra citada, página 164).
En aquellos años el alcalde de Aguilar, Juan de Orcondona, certifica varias veces a favor de los moriscos de la villa:
“El tejedor Juan Carpintero y Francisco Castejón, casados respectivamente con Catalina y Gracia Cabez, pese a ser todos nuevos convertidos ‘son muy buenos cristianos y se les ha visto recibir los Sacramentos’…, los matrimonios mixtos de morisco y cristiana vieja, como era el caso de Francisco Castejón Motarro y María de Motarra y el de Diego del Redal con Petronila Pérez –ésta cristiana vieja muy honrada y de muy buena gente– también se consideran exentos de sospecha, criterio que hacen extensivo a Juan Colato y Diego Montero y sus respectivas esposas. Respecto a otros moriscos de la villa –Francisco de Arcos, Diego Barbero, Francisco Herrero y los hermanos Juan, Miguel y Antón de Jorge– se afirma que ejercen oficios honrosos del lugar. La única nota desfavorable la aportaría uno de los declarantes al manifestar sus reservas acerca de Alejandre Rubio el Ruejo y de Catalina Cábez, cuyo padre tenía en la villa reputación de moro…” (Miguel A. Moreno Ramírez de Arellano, obra citada, página 172).
Todos los moriscos activos de Aguilar fueron expulsados. Apenas permanecieron en la villa veinte, todos ancianos, inválidos o sin familia. Algunos se fueron sin poder vender sus tierras, otros las malvendieron en beneficio de la población cristiana que adquirió tierras muy productivas a precios bajos. Los arrieros cristianos de Cigudosa y de la tierra de Ágreda reemplazaron a los moriscos en el negocio del transporte de la fruta.
Pasado cierto tiempo algunos moriscos regresaron discretamente para reclamar las tierras que no habían vendido:
“Transcurridos veinticuatro años de la diáspora morisca, el 15 de diciembre de 1636, Rodrigo de Amillo, definitivamente asentado en Aguilar, concertaba con su convecino Miguel García capítulos matrimoniales para el enlace de su hijo Juan con una hija de éste. La continuidad del clan estaba asegurada en la villa”. (Miguel A. Moreno Ramírez de Arellano, obra citada, página 247).
Los moriscos hubieron de sufrir un auténtico desvarío entre su fe originaria y la fe impuesta con amenaza de muerte o expulsión. Rezos que practicaban en oculto en una lengua, el árabe, que ya no comprendían, traducidos al castellano y mezclados con fórmulas propias del cristianismo.
Más de uno debió sentir la necesidad de sintetizar sus prácticas originales con la cristiana. Gracias a los procesos inquisitoriales sabemos de ese estadio esquizofrénico de algunos cristianos nuevos que no renunciaban a su fe materna mientras intentaban compaginarla con la nueva.
Diego de Amillo, arriero y labrador morisco de Aguilar del Río Alhama de fines del siglo XVI, era conducido a Roma para obtener del Papa la absolución por sus prácticas religiosas poco ortodoxas. Aún se atrevió a comentar a sus congéneres, también presos, al comienzo del viaje:
“Mañana es día de açora, porque Dios nos dé buen viaje conviene que ayunemos todos y nos lavemos y hagamos la zala a uso de los moros”.
(Miguel A. Moreno Ramírez de Arellano, obra citada, página 64).
Ana de Barrionuevo, morisca aguilareña de veinte años, declaró que rezaba muchas veces la azora de vizimilhey:
Vizimilhey delebi lehilagua,
de la boca salió,
los siete cielos caló (los siete cielos que esperan a los musulmanes tras su muerte),
al alage subió,
es abril de la zala
y el aguador se levantó,
ojos durmientes,
corazón despierto,
deja este mundo,
pensa en el otro,
en la palabra honrada y aventajada,
delebi lebi lagua.
(Miguel A. Moreno Ramírez de Arellano, obra citada, página 65).
Cerverano pacho, que vale más mi burro que tu macho.
Aguilareño pelú, que vale más mi burro que tú.
Aguilar e Inestrillas
se han ajuntado
a comerse un borrico
desorejado,
como el burro era poco
y ellos son muchos,
se han quedado con hambre
los aguilaruchos.
Se canta a modo de tanguillo gaditano.
José Angel Lalinde González, El léxico de Aguilar del Río Alhama e Inestrillas, edición del autor, Burgos, 2008.
José María Pastor Blanco, «El léxico característico de los valles del Cidacos y del Alhama» en Kalakorikos. Amigos de la historia de Calahorra, vol XI, 2006.
Roberto Iglesias Hevia, La Rioja de Cabo a Rabo. – Alto Alhama, Linares, Alto Cidacos-, Logroño, 1980.
Miguel A. Moreno Ramírez de Arellano, Poder y sociedad morisca en el alto valle del Alhama (1570–1614), Instituto de Estudios Riojanos, Logroño, 2009.
Carlos Muntión, Luis Vicente Elías y Alberto Martín, Guía de Fiestas de la Rioja, Centro de Investigación y Animación Etnográfica, Sorzano, 1988.
Luis Vicente Elías, en obra conjunta con otros autores, coordinada por Luis Díaz Viana, “Relaciones Etnográficas entre las Vertientes Duero y Ebro” en Etnología y Folklore en Castilla y León, Junta de Castilla y León, Salamanca, 1986.