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Título: Silvana |
–¡Qué bien te está, Silvanita, la ropa de cada día
como a tu madre, la reina, la de la Pascua Florida!
Si quieres, hija Silvana, esta noche ser mi amiga.
–¿Y las penas del infierno, padre, quién las pasaría?
–Hija, mi Dios es tan bueno que nos las perdonaría.
–¿Qué te pasa, hija Silvana, qué dolor te acometía?
–Váyase a quedar mi madre a mi cama la florida
que allá estará el rey mi padre que espera mi compañía–.
Ya se ha metido a la cama sin que la conocería,
después que logró sus gustos los dos cuantos se querían
–Ya no estás, hija Silvana, como tu madre algún día.
–¡Cómo quieres, mi buen rey, de cuatro partos parida!
He paridito a don Juan, también a doña María,
he paridito a don Diego y a tu Silvana querida.
–Maldita seas, Silvana, y la leche que mamaste,
de las penas del infierno esta noche me sacaste–.
Este romance trata del tabú del incesto, acto despreciable que en el romancero tradicional nunca es consumado por muy poderosa que sea la persona que quiere abusar de uno de sus hijos o hijas. No ocurre lo mismo entre hermanos, ahí está si no el romance de Tamar -también conocido como El seductor de su hermana-. En el caso de Silvana, el rey su padre la invita a acostarse con él y cree que la ha convencido. Sin embargo, la que acude a la cama a dormir con el rey, a oscuras, no es Silvana sino su madre, la propia mujer del rey. Éste consuma con ella el acto sexual y creyendo que está hablando con su hija le dice que ya no está virgen. La sutil respuesta de la madre devuelve al rey a la realidad.
Bibliografía:
- Andrés Manuel Martín Durán, «La denuncia del incesto en el romancero de tradición oral y su función como antídoto de la violencia de género: los romances de Delgadina y Silvana como referente», en ¡Muerto soy! Las expresiones de la violencia en la literatura hispánica desde sus orígenes hasta el siglo XIX, Sevilla, Renacimiento, 2016, pp. 43-56.