Un pastor que se había hecho rico y, claro, le cogieron los frailes y que haría testamento a su favor y dice:

–Hombre, claro que sí.

Y tenía un hijo y un hermano. Va a hacer testamento y el notario dice:

–Que se salgan afuera todos pa que usté esté más tranquilo.

–Y, claro, los frailes se quedaron a escuchar y empieza el testamento y le dice:

–Pues tengo una finca en tal sitio.

–Y ¿a quién se la deja?

–A los frailes de tal.

Y después decía callandito:

–Si mi hermano no lo quiere.

–Y tengo un título con tanto dinero, se lo dejo pa los frailes de tal, si mi hermano no lo quiere.

Y el pastor se murió y los frailes a sacar el testamento y el hermano también. Confiaba en su hermano, que no le haría una trastada. Y salió el testamento y el notario lo leyó. Dice:

–Estos bienes que tiene son pa los frailes de tal si su hermano no lo quiere. ¿Lo quiere usted?

–Sí, señor.

–Y el título que tiene en el banco pa los frailes, si usted no lo quiere. ¿Lo quiere usted?

–Sí, señor, lo quiero.

Los frailes allí se dieron media vuelta:

–¡Hala, mecagüen!, nos ha engañao. ¡qué bien nos ha engañao este tío!

Publicado en:

• Javier Asensio García, Cuentos riojanos de tradición oral, Piedra de Rayo, Logroño, 2004.

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El testamento que burla a los monjes