Título: El amor como sal |
El rey tenía tres hijas y les decía:
–Quisiera saber cuál de las tres me quiere más.
Y le dice una:
–Yo, papá, te quiero más que a Dios.
Y la segunda le dice:
–Pues yo, papá, después de a Dios a usté.
Y la tercera le dice:
–Pues yo te quiero, papá, más que al agua de la sal.
Entonces le pareció al padre tan poco, que la echó de casa. Entonces ella, andando, fue pidiendo, ya se le rompieron los vestidos y todo y encontró otro reinado y les dice:
–Por favor, ¿me darían algún trabajo?, aunque no sea más que para comer.
La señora tenía un hijo y le dice:
–Pues métela, mamá.
–¿Y qué le damos?
–Vamos a meterla pastorcita de pavos.
Pues la meten pastora de pavos. Cuando estaba sola en el campo que le parecía que no la oía nadie hacía:
–Pavito real, pavito real,
¿dónde está el rey de Portugal?,
antes me bañaba en bañeritas de oro
y ahora me lavo en pocitos de lodo.
¿Si el hijo del rey me vería así
se enamoraría de mí?
Y decía el pavo:
–Sísi sisí.
Y caía el pavo muerto. Y cada día que iba al campo volvía con un pavo muerto, porque volvía a cantar el pavo y caía muerto. Y el hijo del rey la vigiló, y la vio y le dijo:
–Mamá, no la mandes más. No la mandes más al campo a cuidar los pavos, porque ella no tiene ninguna culpa.
Entonces le dice:
–¿Qué trabajo le vamos a dar?
–¡Pues qué se(y)o!, ayudanta tuya o lo que sea, en casa, entretenla.
Con que la pone en casa, y ella, p’hacese notar que estaba, pues cuando la madre hacía algo en la lumbre, le echaba puños de sal en el pecho y echaba por la lumbre, entonces saltaba y decía la madre:
–¡Ay, pues tiene piejos!
Y, claro, la cambiaban de ropa y la ponían. Y ya llegó a tener los años reglamentarios, ella. Y el príncipe tenía ya ventiún años y calló enfermo, pero ella seguía en la casa. Y un día, pues hay una fiesta, y como era tan buena, tenía un hada muy buena, y le puso un vestido, ¡majísima!, y baja al baile y el hijo del rey que la ve se enamora de ella y le regaló un anillo. Entonces le regala el anillo y le dice (ella):
–A las doce tengo que estar en casa.
Y les dice a los criaus él:
–Pues cuando la veáis que sale, seguirla a ver dónde se mete –porque s’había enamorao d’ella–.
Pero ella llevaba unas monedas en el bolso, las tira y los criaos se paran a cogerlas y ella entra en casa. Entonces le dice a la madre del rey:
–¡Ay!, si viera usted anoche a su hijo, ¡bailaba con una muchacha tan guapa!
–¿Y quién era, de dónde era, cómo era?
Y no le podía explicar nada. Entonces va otra vez, a los días da otra fiesta (y volvieron a bailar y ella se volvió a ir), y entonces echó monedas más grandes y le pasó igual, to’el mundo a coger las monedas y ella entró. Pero al tercer día decía ella:
–No voy a tener salvación –porque cada día estaba más enamorao–.
Y el tercer día la hada le puso un vestido colorao, con adornos amarillos y eso. Entonces ella coge y se mete en el bolsillo pimentón y sal, porque ya no tenía salvación de las monedas y al salir se echa ella así, a la revuelta, y le cae a los criaos a los ojos y no la pueden ver. Entonces el hijo del rey cae enfermo, y venían a cural’le los mejores médicos y no le curaban la enfermedad que tenían y ya le dice uno:
–No tiene más que una enfermedad, que tiene un mal moral que no puede con él.
Y vinieron todas las princesas y las marquesas de por alrededor y ninguna le gustaba. Entonces, estaba tan desesperada la madre y dice:
–Hay que hacel algo, ¿quieres que te haga unos bollitos?
–Hágame usted lo que quiera.
Y va la madre a la cocina y le dice la muchacha:
–¿Puedo hacerlo yo?
–¿Puede caer algo en los bollos tuyo? –que la tenía por desidiosa y mala–.
–No, no, no.
Entonces coge ella y en un bollo mete el anillo y se lo sube al hijo del rey. Y el hijo del rey coge el bollo que tenía el anillo, entonces abre el bollo y ve el anillo y manda subir a su madre.
–Madre ¿quién ha hecho este bollo?
–Hijo mío, yo.
Y dice (la madre, por lo bajo):
–¡Ay!, ya ha encontrao en el bollo algo de la pastora de pavos.
Y dice (el hijo del rey):
–Dígame, por favor, quién ha hecho este bollo.
Y ya le dice:
–La pastorcita de pavos.
–Pues que suba, madre, que con ella me voy a casar.
Sube, claro, se casaron, y invitaron a todos los reyes del contorno, ench(tr)’ellos su padre. Entonces, en la cena, cuando acabaron el banquete, pa todo el mundo era igual pero pa su padre fue sin sal. Y, claro, al terminal el banquete cada uno daba las gracias a su manera y el padre dijo que todo había estado muy bien pero que faltaba la esencia de la vida, que le faltaba la sal. Entonces ella se descubre a su padre:
–Por decirle yo a usted que lo quería más que el agua a la sal me había despedido de su casa.
El padre pide perdón y ya todos tan contentos. Fíjate qué cuentos, terminó mucho bien, en boda, casi todos los cuentos terminan en boda, que mi padre nos contaba muchos y casi todos terminaban en boda.
Magnífico cuento con motivos maravillosos y novelescos el que recordaba Juana Miranda Amestoy de oírselo contar a su padre en El Villar de Álava. Después que se casó y se fue a vivir a Rincón de Soto siguió contándolo a sus hijos y nietos. Tuvimos la suerte de poder recogérselo tan completo y detallado como testimoniamos en este artículo.
Juana Miranda Amestoy, una buena informante natural de El Villar de Álava que al llegar a Rincón de Soto siguió enriqueciendo sus conocimientos tradicionales con las costumbres de los trasnochos y las canciones y romances que se cantaban en las fábricas rinconeras.
Bibliografía:
- Javier Asensio García, Cuentos riojanos de tradición oral, Piedra de Rayo, Logroño, 2004.
- Julio Camarena Laucirica y Maxime Chevalier, Catálogo tipológico del cuento folklórico español. Cuentos maravillosos, Gredos, Madrid, 1995
- Julio Camarena Laucirica y Maxime Chevalier, Catálogo tipológico del cuento folklórico español. Cuentos-novela, Centro de estudios cervantinos, Alcalá de Henares, 2003.
- Aurelio Macedonio Espinosa, Cuentos populares recogidos de la tradición oral de España, edición de Luis Díaz Viana y Susana Asensio Llamas, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 2009.