Título: El bandido Bobadilla |
En la bodega de la casa familiar de Amado en Valdeperillo todavía se conserva la tenaja o tinaja donde en otros tiempos hubo escondidos doce botes con monedas de oro «de los reyes primitivos de España». A finales del siglo XIX rondaba por la zona un bandido llamado Bobadilla que enterado por un pastor del pueblo -quien trabajaba para los tatarabuelos de Amado- de que en esa casa guardaban tan preciado tesoro, acudió con sus secuaces a robarlo. Y se llevaron los doce botes.
De uno de ellos se cayó una moneda de oro. La moneda la conservaron los herederos hasta épocas recientes en que la perdieron.
Bobadilla aprovechó el asalto pues el tatarabuelo de Amado se vio obligado a confesar que tenía una bolsa de dinero en Barrionuevo, a las afueras de Valdeperillo. Bobadilla dejó al pobre hombre atado junto a una acequia, desnudo y con un pañuelo rodeado en la boca para que no pudiera hablar. Cuando los pastores y labradores de Valdeperillo acudieron a la misa de alba que se celebraba todos los días en Cornago oyeron los gemidos y soltaron al desventurado vecino.
A raíz de entonces en esta Aldihuela que depende de Cornago se pusieron verjas en las ventanas.
MÁS SOBRE EL BANDIDO BOBADILLA
Todo lo que sabemos de «el bandido Bobadilla, el que a los ricos robaba y a los pobres socorría» proviene de la tradición oral. Lucio Sáenz Ascorbe (11-02-1927), natural de Los Molinos de Ocón, el 1 de julio de 1998 nos contó que Bobadilla era un bandido que pasaba desapercibido pese a que se prodigaba por muchos pueblos, ventas y tabernas donde en más de una ocasión oyó hablar de sus fechorías sin que nadie sospechara de él.
Lucio era hijo y nieto de tratantes de ganado por lo que en sus viajes de aquí para allá, comprando o vendiendo caballerías, siempre llevaba dinero encima. El robo en los caminos era un peligro constante y el padre de Lucio siempre le aconsejó a su hijo que había que ser muy prudente con las palabras. Ya se sabe lo que dice el viejo dicho de que “la perdiz por el pico se perdió”.
Un día llegó el abuelo de Lucio a una taberna de Tudelilla -el pueblo del bandido- y algún conocido le preguntó por el ganado, a dónde iba y de donde venía. El hombre no respondió y si lo hizo fue con ese otro adagio que circula en el habla de nuestros mayores: “Al que quiera saber, poco y al revés”. Esa prudencia le salvó pues en esa taberna estaba Bobadilla, de incógnito, atento a todo lo que allí se hablaba. Peor suerte tuvieron unos arrieros que allí mismo presumían de que Bobadilla nunca les iba a robar porque llevaban el dinero metido en unos pellejos de vino hinchados de aire, y el ladrón no iba a imaginarse que estuvieran vacíos. Bobadilla lo oyó y les robó.
El escritor calahorrano José María Solano Antoñanzas publicó algunos testimonios que había oído del bandido Bobadilla: los caminos ocultos que seguía para regresar a Tudelilla y el lugar donde lo mataron. Los herederos de Bobadilla huyeron del pueblo en el año 1936 con motivo del golpe de estado del general Franco; en el pueblo nadie quiso comprar las fincas que el estado embargaba por no pagar la contribución. Con la llegada de la democracia los descendientes volvieron y recuperaron la hacienda de su antepasado.
(Ver José María Solano Antoñanzas, El Valle del Cidacos (Cuenca del Ebro), ed. del autor, Calahorra, 1997, página 274).
Otro escritor local, Abel Madorrán Pellejero, quien publicó una obra muy documentada sobre su Munilla natal, nos narra con toda precisión uno de los robos de Bobadilla. Los datos que nos aporta Abel sobre la muerte de Bobadilla a manos de la guardia civil parecen bastante fiables:
«En la calle de Martínez, don Cipriano, número 19 ocurrieron los hechos que vamos a relatar. Así lo han contado las personas que hoy viven en ella, tal como se la oyeron relatar a sus abuelos y estos a sus padres.
Hacia el año 1840 (nótese que la guardia civil la fundó el Duque de Ahumada en 1845), en la casa de don Eloy Enciso, que fue alcalde de Munilla, y que hoy es de sus nietos, hijos del general don Santiago Torre Enciso y de Torre, vivía un pariente de ellos, sacerdote de la villa en compañía de una sirvienta.
Un día llegó a la casa con su cuadrilla el bandolero que en Munilla llamaban ‘el Bobadilla’, descabalgó y llamó en la puerta. Entregó las riendas de su hermoso caballo blanco a uno de sus hombres y esperó. Salió la criada y el bandolero le dijo que necesitaba hablar con el sacerdote. Por lo visto estaba muy bien informado. El forajido entró en la vivienda y llegó donde estaba el cura. Sacó de la faja una pistola y, encañonándole, le conminó a que le entregara todo su dinero. También estaba muy bien enterado de lo rico que era el clérigo.
Muerto de miedo, fue el sacerdote hasta su habitación y levantando una baldosa del suelo, debajo de su cama y sacando una gran bolsa repleta de monedas de oro y plata se la entregó a su atracador. Este la recogió y guardó. Luego guardando su arma bajó a la calle y dando a la criada una moneda de las robadas tomó las riendas de su caballo y emprendió la retirada con los suyos, por los caminos de la sierra, hacia su guarida en algún lugar de Las Alpujarras riojanas.
La fámula quedó contentísima con la propina que había recibido y habló a su señor de la generosidad del visitante.
El presbítero, muy compungido, le contestó que ‘bien podía ser espléndido el hombre que le había desposeído de todos sus ahorros’.
Acaban los narradores diciendo que pasados unos años, el tal Bobadilla fue muerto a tiros cuando hizo frente a la guardia civil en el que entonces era un tenebroso lugar llamado el Barranco del Sepulcro.
Dicen que aquel barranco era el lugar elegido por los bandoleros para robar a los muchos arrieros que por allí pasaban, portando sumas de dinero, cuando venían de tierras lejanas de vender los productos que se fabricaban en Munilla.
Los pastores de la sierra señalan hoy un lugar, en el fondo del barranco, al que llaman ‘La Cruz de Zarracas’, porque allí mataron a un arriero que no se dejaba robar. El famoso barranco está situado al norte de Munilla, no muy lejos de ella, pasando los montes de San Vicente.»
(Abel Madorrán Pellejero, Munilla. Su pasado histórico e industrial, edición del autor, Logroño, 2001, páginas 213-214)