Título: El asesinato del Chichas |
La Rioja fue a finales del siglo XIX y comienzos del XX una tierra donde se cometían muchos crímenes entre la juventud. Desafíos a navajazos eran frecuentes, actitudes chulescas agrandadas por el habitual consumo de vino que terminaban en reyertas alimentaban una triste estadística, la de homicidios y asesinatos, en la que provincias como Navarra y La Rioja descollaban.
Mira que soy de Canales
y llevo la faja al culo,
mira que los de Canales
no tienen miedo a ninguno.
Tipo riojano en un grabado del siglo XIX
La faja formaba parte de la indumentaria masculina desde comienzos del siglo XIX, una prenda de abrigo y protección de las sufridas lumbares de los trabajadores. Prenda varonil que servía además para llevar y lucir la inseparable navaja de majos y barbianes.
El escritor Cesáreo Sáez Balmaseda se quejaba en el año 1908 de la barbarie e incultura de los cantares riojanos:
«la diferencia de sentimientos que nos separa de las demás regiones, donde el cantar revela pasión, nobleza, poesía, cariño, mientras que en nuestra tierra parecen hechos para matar y morir, revelando ese estado de barbarie e incultura que ha creado el ‘matonismo’.»
Rioja Ilustrada, Logroño, 27 de enero de 1908, Ed. facsímil en 1993 del I.E.R. y del Ayuntamiento de Logroño.
Buena muestra de ello es este cantar, todavía recordado en Huércanos:
En la picota del rollo
un puñal he de clavar
y al que se atreva a tocarlo
con él lo pienso matar.
Siglo colvulso el XIX con sus guerras civiles que dividían a la sociedad y devolvían a los quintos que regresaban del frente con más ansia de sangre que la que tenían antes de partir.
«Convida un mozo a otro a la taberna, se le antoja a este pagar el cuarto que cuesta el catavino; se ofende aquel y si a cualquiera de los dos se le ocurre poner en duda siquiera ‘cuál es más hombre’, uno y otro tiran de las navajas, y lo que empezó por convite concluye por muerte, o al menos por derramarse la sangre de los amigos. Verdad es que contribuye mucho a este, que es el país donde se vende el vino más barato en toda España, y por consiguiente, en toda Europa.»
Salustiano de Olózaga, La Mujer de Logroño. La Riojana, Ed. de Ernesto Reiner, 1991, facsímil de unas páginas de Panorama Español, 1845, página 117.
Tiempo en los que se decía que «El clarete de la tierra hace cosquillas al entrar y deja sed de sangre al salir».
No tires piedras, cobarde,
que el tirar es cobardía
saca tu navaja en mano
que yo sacaré la mía.
El historiador calagurritano don Pedro Gutiérrez Achútegui escribió un libro que nunca vio la luz, El libro negro de Calahorra, donde dejó escrita parte de la intrahistoria de la ciudad:
«Debido a este inmoral ambiente público, surgieron ciertos tipos matones, chulos de mala sombra, provocadores; algunos de ellos, a fines del pasado siglo, hacían alarde llevando las manos metidas en la faja para que quedaran al descubierto los mangos de la pistola, el puñal y el cuchillo y que, imponiéndose por su cerrilismo sembraban el terror en los demás y cobraban el «barato», en los juegos de las chapas y del parar. El barato consistía en cobrar a los jugadores una perrilla en cada partida, tributo que se pagaba con cierta resistencia, y que muchas veces degeneraba en reyerta. Desde luego, este degradado tipo constituía una minoría despreciable, y la mayoría, tuvieron desenlaces trágicos. Por estas causas se cometieron varios crímenes, como lo demostraron varias cruces que se colocaban en las paredes donde se perpetraron.»
María Antonia San Felipe Adán, «Noticias sobre clericalismo y anticlericalismo en Calahorra a partir del siglo XIX según el Libro Negro de don Pedro Gutiérrez Achútegui». En Kalakorikos, revista de los Amigos de la Historia de Calahorra, nº XIII, 2008, página 259.
En Canales de la Sierra hubo un personaje de esta calaña, provocador, que tenía acobardado a todo el mocerío. Pero un día los mozos se rebelaron todos a una, como en Fuenteovejuna, y acabaron con él. Nunca se supo quién mató al Chichas, como así le llamaban. Esta historia se mantuvo con cierto secretismo y solo pasado más de un siglo sale a la luz pública. Nos llama mucho la atención que la abuela de Eparco -Juana Pérez Blanco (23-6-1898)- no nos lo contase en el año 1998 cuando la entrevistamos.