Título: Toque de campanas a tentenublo |
En la cultura rural de gran parte de la España interior, los primeros días de mayo pueden considerarse realmente como el comienzo del verano. Las mieses y los campos han verdecido y de ellos se espera una buena granación. Las lluvias son bien recibidas salvo si provienen de tormentas de agua o piedra o, como mejor prefieren decir los hombres del campo, de nublados, fenómenos meteorológicos que pueden empezar a proliferar en el mes que comienzan los grandes calores. Las visitas a los campos son continuas, no ya solo de los hombres sino de las mujeres que ayudan en la escarda. El día se alarga y el horario de trabajo también. Las mujeres que han preparado el cocido en casa llevan la comida hasta la pieza.
Los nublaos peligrosos han de ser conjurados y de ello se encarga el sacerdote o el sacristán de la parroquia. Desde comienzos de mayo hasta después de la recogida de la cosecha -en la fiesta de La Cruz de septiembre o día de Acción de Gracias- no cesarán ni un solo día de tocar las campanas a tenenublo.
El árbol mayo se plantaba en la plaza el día uno de ese mes o el día tres -fiesta de la cruz de mayo-, y estaba generalmente colocado durante todo el mes.
Este ciclo anual veraniego estaba completamente ajustado en localidades como Anguiano. Lobarnio recuerda cómo antiguamente se plantaba un chopo en medio de la plaza, cómo el cura tocaba a tentenublo desde el primer día de mayo hasta la fiesta de Acción de Gracias en septiembre y cómo durante ese periodo álgido de labores agrícolas, las mujeres llevaban la comida a sus maridos en una tartera y salían de casa a las once y media de la mañana, hora en las que las campanas tocaban a tentenublo.
El sacerdote tocaba tres campanas, la bomba, la zarcilleta y la esquila, con un soniquete específico y mientras esto hacía, niños y mayores convertían el tin tin tán de las campanas en una oración para prevenir los nublados que, a modo de imitación, decía así:
Tente nublo,
tente pan,
guarda el vino,
guarda el pan.
Esta costumbre viene de antiguo -quizás desde el siglo XVI- y era común en muchos pueblos de La Rioja. En el catastro del Marqués de la Ensenada y en la documentación referida a la localidad de Brieva de Cameros, el municipio pagaba al sacerdote -Por tocar a nublo desde mayo hasta septiembre, 44 reales-. Un poco más al norte, en Villalobar, se daban «cuatro fanegas a Simón de la Cámara por el trabajo de tocar a nublado en los meses de mayo, junio, julio y agosto.»
(Catastro del Marqués de la Ensenada (1746-1750), Respuestas generales de Brieva de Cameros, sin página; Respuestas generales de Villalobar, folio 9).
Localidad: Daroca de Rioja |
Las personas mayores de Daroca de Rioja también recuerdan el repiquete del tantanublo:
Tantanublo,
biriburro,
guarda el pan,
guarda el vino,
guarda los campos
que están florecidos.
Un cronista de la localidad riojalteña de Santurde nos define el tentenublo como el «Toque de campanas que se hacía a mediodía en la época de la recolección (del tres de mayo al quince de septiembre) para ahuyentar la tormenta, -el nublo- y el pedrisco. Cuando sonaban las campanas, recitábamos:
Tente nublo,
tente tú,
que Dios puede
más que tú.
Guarda el pan,
guarda el vino
pa los pobres
del camino.
A esa hora, las doce solar, las mujeres llevaban la comida a los hombres al campo, si estaban segando, o a la era, si estaban trillando.»
(Alfredo Montoya Repes, Toponimia, etimología y vocabulario de Santurde de Rioja, edición del autor, imprenta Guimerá, Bilbao, 2009, página 83).
La costumbre era común en los pueblos del valle del Oja:
«Hasta mediados de este siglo, a las once de la mañana, se oía el toque de nublo, que era largo y seguido, que el sacristán sabía despacharlo repicando el badajo de una de las campanas pequeñas. El sonido se recordaba por los vecinos, diciendo tente nublo, porque existía la tradición de que los ahuyentaba. Pero servía también para recordar a las mujeres que era hora de dar la última vuelta a los pucheros, para llevar enseguida la comida a la pieza donde la esperaban sus maridos, para reponer fuerzas y echar una siestecilla».
(José Joaquín Bautista Merino Urrutia, El río Oja y su comarca, Diputación de Logroño, 1968, páginas 222 y 223).
Bibliografía:
Para el caso de Navarra el ciclo veraniego está magníficamente analizado en el libro de José María Jimeno Jurío, Calendario festivo 1. Celebraciones de las cuatro estaciones: Primavera-Verano, Editorial Pamiela, Pamplona, 2006.