Título: Silvana III |
Silvana se paseaba por su huerta la florida
con la vigüeña en la mano, ¡oh, qué bien que la tañía!
Al bajar por la escalera con su padre encontraría.
–¿Dónde vas, Silvana amante, dónde vas, hija querida?,
¿quieres venirte conmigo a la mía compañía?
–¡Oh, sí que me iría, padre, oh, padre, sí que me iría
si las penas del infierno usted me las pasaría.
–Sí que te las paso, amante, sí que te las paso, hija.
–Pues súbase usted a mi cuarto, a mi cama la florida
mientras yo voy a ponerme una delgada camisa
pues para dormir con reyes de oro la necesitaría–.
Al bajar por la escalera con su madre encontraría.
–¿Dónde vas, Silvana amante, dónde vas, hija querida?
–Madre, suba usted a mi cuarto, a mi cama la florida
donde allí espera mi padre a la mía compañía,
madre, suba usted a escuras para no ser conocida–.
A eso de la media noche su padre se acordaría:
–¿Dónde estás, Silvana amante, dónde estás, hija querida?
–¡Oh, yo no soy la Silvana!, yo he parido a tres chiquillas,
yo he parido a doña Juana, también a doña María
y también a la Silvana, prenda que tanto querías.
–¡Oh, bien haya, la Silvana!, también su sabiduría
que a las penas del infierno de bien niña las temías!
Una vez más nos tenemos que rendir ante la belleza sublime del romancero de transmisión oral que nos ha traído como un milagro un romance de origen medieval hasta nuestro siglo XXI. El lenguaje lleno de paralelismos denota arcaismo, los diálogos entre los personajes son de gran nivel poético y el tabú del incesto es preservado por la noble actitud de la hija del rey y de su esposa.
Bibliografía:
- Javier Asensio García, Romancero general de La Rioja, Piedra de Rayo, Logroño, 2008.