Título: Las almorranas y el cepo |
María Ángeles López es digna hija de un padre que fue durante cincuenta años sacristán de Aguilar del Río Alhama. La figura del sacristán en un pueblo como Aguilar es digna de estudio. Simbólicamente era un intermediario más entre lo divino y lo humano, en una especie de escalafón intermedio en cuyos lugares más altos estaba la iglesia, con el obispo y el párroco, y en lo más bajo el pueblo llano. El ama y el sacristán ocupaban puestos intermedios en esa escala. Los sacristanes tenían que conocer el latín suficiente para entender la misa y los rezos, cantar en el coro o con el órgano; un latín de andar por casa que muchos llamaban «macarrónico». Los oficios del sacristán han sido siempre muy variados: organista, músico y campanero, generalmente estaba obligado a enseñar solfa y latín a los monaguillos, también se veía en la obligación de arreglar los relojes de la iglesia y buscarse otros oficios profanos para completar la siempre escasa paga que recibía.
Ese lugar intermedio entre lo divino y lo humano hacía del sacristán una figura graciosa. Estaba tan cerca de los sacerdotes a nivel humano que conocía no solo sus virtudes sino también sus defectos. El pueblo veía al sacerdote de una manera algo elevada y por lo tanto distante, no así al sacristán, un vecino más que podía ser objeto de escarnio por su pobre latín, por lo desafinado del órgano o por su imprecisión en el toque de las campanas.
Que los sacristanes tuvieran un sentido del humor por encima de los demás era bastante frecuente. Y María Ángeles, hija de uno de ellos, es fiel reflejo de ello. Entre los cuentos que escuchaba al calor del hogar está este del cepo. ¡Cuántas veces le han pedido en el pueblo ‘María, cuenta el del cepo, el del cepo’!
La primera vez que se lo oímos fue un domingo después de misa, antes de tomar el vermú, tan bien vestida y maquillada que parecía un pincel, las medallas de oro que le colgaban de la muñeca sonaban mientras nos contaba las desventuras del pobre hombre al que las almorranas no le dejaban vivir.
Bibliografía:
- Javier Asensio García, Cuentos riojanos de tradición oral, Piedra de Rayo, Logroño, 2004.