Título: La noche de Todos Santos en Vadillos |
Costumbres antañonas las que recuerda Bonifacio Olmos relativas a la noche de Todos los Santos con protagonismo para los mozos. Se reunían en la puerta de la iglesia donde preparaban la ranchada después de haber matado una oveja machorra. Mientras duraba la cena, las campanas de la iglesia debían estar sonando, los mozos se alternaban, de dos en dos, para llevar a cabo ese cometido.
Dentro de la iglesia habían montado el tumbo, una mesa con un esqueleto encima.
Bonifacio nos recuerda una anécdota muy sustanciosa, la de un año en el que él y el tío Sergio tuvieron que quedarse una Noche de ánimas cuidando que las vacas no entraran a los campos de trigo mientras oían, muertos de miedo, cómo les llegaba el eco de las campanas de todo el Camero Viejo tocando a muerto. La soledad y el silencio de aquellos montes imponía respeto. El mismo respeto que sintió, en la comarca cercana de Las Alpujarras, un señor de San Vicente de Munilla que regresaba del Valle de Ocón camino de su pueblo también en la noche de Todos Santos.
«Contaba Julio Mazo que tuvo que hacer viaje al pueblo de Pipaona de Ocón y al volver a San Vicente por los montes de Sierra de la Hez se le hizo de noche y en aquella gran soledad oía sin cesar los tañidos de las campanas que le llegaban de muchos pueblos, unos de cerca, otros de más lejos, otros del fondo, pero todos a la vez; le parecía las voces de los muertos que le llamaban sin cesar y tuvo miedo.»
(Abel Marrodán Pellejero y Carmelo Mazo Gil, San Vicente de Munilla. La aldea abandonada y sus gentes, edición de Abel Marrodán Pellejero, Logroño, 2006, página 121).