Título: El hambre de Igea y de Cornago |
Nuestro amigo Domingo recuerda, entre otros, los dichos de su abuelo Acisclo Reinares, natural de Lasanta, pequeña aldea hoy despoblada en el alto valle del Jubera, comarca que viene llamándose Las Alpujarras.
Cuando los habitantes de esta aldea estaban segando y veían llegar a los pobres pidiendo limosna y los veían aparecer por el este suponían o lo comprobaban con sus propios ojos que venían de la zona del Linares. Entonces decían aquello de:
«Malo, malo, cuando el hambre sube de Igea o de Cornago».
Este dicho tiene mucha enjundia. Cornago, más que Igea, era un pueblo de recursos económicos limitados, sin embargo siempre ha tenido una población elevada de habitantes. Los cornagueses han sabido buscarse el sustento fuera de su pueblo en labores de temporada trabajando de segadores, esquiladores, pastores trashumantes, vendimiadores y músicos. Muchos varones también se dedicaron al sacerdocio, incluso el criar a niños del hospicio tenía una compensación económica a la que se acogían bastantes vecinos.
El que en una aldea como Lasanta, donde se vivía una economía de subsistencia, se vieran aparecer pedigüeños de la zona del Linares era un mal indicador de la marcha de las cosechas y del pastoreo en una zona en principio más fértil que la pobre sierra alpujarreña. El hambre asomaba a las puertas de casa.
Domingo, con su vasta cultura, nos relaciona el dicho con un pasaje del libro cervantino Rinconete y Cortadillo en el que se menciona un dictado tópico relacionado con el hambre de Andalucía.