Título: La boda estorbada IX |
La noche de Nochebuena y el día de Navidad,
el conde y la condesa a misa del gallo van
y a la salida de misa los buenos días se dan:
–Buenos días, mi condesa, ¿qué tienes que triste estás?
–¡Como no voy a estar triste si me han dicho que te vas
siete años para la guerra y que ya no volverás!
–Si a los siete años no vuelvo, tú ya te podrás casar
con el más rico mancebo que en Sevilla coma pan–.
Ya se han pasado los siete y para los ocho van,
le dice el padre a la hija: –Hija, ¿no te casas ya?
–No me quiero casar, padre, ni me apresa voluntad
que mi corazón acierta que el conde iré a encontrar.
–Doncellas por los caminos, hija, me parece mal.
–Vestida de peregrina nadie me conocerá–.
Y al llegar a una pradera caballos pastando están.
–¿De quién son estos caballos, de quién son, de quién serán?
–Del conde Laro, señora, mañana se va a casar,
ya matadas las gallinas, y amasadito ya el pan.
–Si haría usted el favor de llevarme hasta el mimbral.
–No, señora, no, señora, los caballos se me irán
y en el año que los traigan no los voy a poder pagar.
–Debajo de esta capa llevo bastante caudal
para pagar los caballos, los caballos y algo más–.
La ha cogido de la mano, la ha llevado hasta el mimbral
y ella como era de casa ha subido sin llamar,
en la primera escalera con él se vino a encontrar:
–Buenos días tenga, conde, buenos días tenga, real,
una limosnita, conde, una limosnita real.
–¿Dónde es la peregrinita que tan desahogada está?,
si eres de lejanas tierras traerás mucho que contar.
–Pues soy de lejanas tierras, traigo mucho que contar,
soy la mujer de un conde, hija de un capitán–.
Y al decir estas palabras desmayado cayó allá,
las doncellas que allá había empiezan a murmurar.
–Doncellitas, doncellitas, no me murmuréis ya más
que el mal que mi conde tiene yo se lo puedo curar
con cuatro besos y abrazos mi conde curado está.
Levántate, conde Laro, si te quieres levantar
que estos son los labios dulces que te solían besar,
levántate, conde Laro, si te quieres levantar
que estos son los ojos negros que te solían mirar.
–Doncellitas, doncellitas, las que coméis de mi pan,
coger la peregrinita, llevádmela a pasear
por delante de la otra y ella os preguntará:
–¿Quién es esta peregrina que tan desahogada está?
–La mujer del conde Laro que le ha venido a buscar.
–Quédate con el sembrado, tuya era la heredad–.
Bibliografía:
- Javier Asensio García, Romancero general de La Rioja, Piedra de Rayo, Logroño, 2008.