Título: San Félix del Monte |
La leyenda de San Félix del Monte es seguramente la más popular del Camero Viejo. Cuenta que un santo eremita -quizás obispo de Calahorra refugiado en tiempo de moros- vivió a los pies del monte Nido Cuervo, en una cueva y junto a una encina o acebo. En un lugar que por entonces debió estar muy espeso de vegetación el santo recibía, un día sí y otro no, la visita de una vaca que subía desde Sartaguda en Navarra para alimentarlo con su leche. Fabulosa narración en la que no faltan detalles como que el Ebro se abría en dos para dejar paso a la vaca o los reflejos luminiscentes de los cuernos del animal con los que veía el camino en la noche.
Parroquia de Hornillos de Cameros. Cuadro que representa a San Félix al pie de la encina o acebo ahuecado donde se alojaba, recibiendo la visita de la vaca de Sartaguda.
Parroquia de Hornillos de Cameros. Entierro de San Félix. En el cuadro se representan varios detalles de interés: el árbol hueco donde vivió el santo, el pequeño eremitorio que construyó, el lugar poblado de una vegetación que en la actualidad no existe, el monasterio que sus acólitos fundaron posterioremente. La indumentaria de hombres y sacerdotes que acompañan el cuerpo del santo se corresponde con la época en que fue pintado el cuadro.
De la vaca y el camino ganadero
Las leyendas suelen tener un trasunto de realidad. En este caso da la sensación de que el camino de ida y vuelta de la vaca tiene su equivalencia con una cañada real que es recordada por los habitantes de la comarca:
«Curiosamente, desde donde se encuentran estos restos desciende una cañada real de ganados hasta el Ebro y atraviesa Navarra. Además hay una tradición que se cuenta en la zona; dice que ‘para mantener unos derechos de pastos, dos ilascos o chivos castrados, tenían que bajar a beber al río Ebro y subir de nuevo a la localidad de Treguajantes, muy próxima al Prado de San Félix, regresando en una sola jornada’. El camino se hacía por la cuesta de Bagur, a la localidad de Lagunilla, en la que se guarda una talla del busto de san Félix.»
(Luis Vicente Elías Pastor, Leyendas Riojanas, Everest, León, 1990, páginas 66 y 67)
Bustos de santos cameranos
Por la comarca del Cameros Viejo hay una curiosa creencia que por su carácter pueril no llega a leyenda. Afecta a los varios bustos de madera que representan a los santos de culto en la comarca. Se trata de bustos que son relicarios y que representan medio cuerpo del santo. La inverosímil explicación que dan a esas figuras de madera es que los santos en vida fueron serrados en dos y el pueblo se quedó con la imagen que representa la parte superior del cuerpo.
Así ocurrió -nos contaron en Valdeosera- que unos curiosos querían saber qué había dentro del árbol donde se alojaba San Felices y lo serraron y, claro, lo mataron y por eso los de Hornillos solo tienen solo medio cuerpo.
De San Primo y San Feliciano, patronos de Rabanera, también bustos de medio cuerpo, el célebre pastor Azaña nos cuenta algo muy parecido:
Estos santos, según la historia, fueron martirizados serrándolos por la cintura, como si fueran troncos de leña, y así se conservan en sus andas los dos cuerpos: de cintura para arriba. Según dice la leyenda fueron martirizados por los musulmanes que no consiguieron hacerles renegar del cristianismo. Los ataron, los pusieron en un potro o carro de los que usaban en las serrerías y los partieron por medio. Así se conservan y veneran en su iglesia.
(Demetrio Pérez Laya, Memorias de un pastor riojano, Cajarioja, Logroño, 1985, página 26).
Vegetación
Pedro no anda desencaminado cuando comenta que el lado norte de Nidocuervo fue en otros tiempos lugar poblado de arbolado. La documentación histórica referente al comunero de Munilla con Hornillos de Cameros nos cuenta que
en las tierras públicas mancomunadas existían amplias manchas boscosas de hayas y robles salpicando los baldíos, un paisaje que inicia su deforestación a partir del reinado de los Reyes Católicos hasta llegar a la desolación actual.
(Ernesto Reinares Martínez, Las Alpujarras y los Cameros. Vida e Historia en la Montaña Riojana, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos, Logroño, 2002, página 98)
El autor anterior nos habla de un informe del siglo XVII sobre la conveniencia de no grabar con impuestos a los habitantes de Hornillos para que cuidasen el hábitat de su término municipal:
los dichos vecinos se animarían a sembrar la tierra y repasarla de los aguadubios que mui de ordinario bienen por ella, de lo qual les está muy perdida y abarrancada, y si se deja de sembrar y reparar algunos años, que después no se podría remediar, y porque con las grandes abenidas se lleva toda la tierra y la deja deslabada que no queda sino las peñas.
(Ernesto Reinares Martínez, Las Alpujarras y los Cameros, obra citada, página 43)
Auge y caída del santuario
La tradición cuenta que el santo fundó un pequeño eremitorio y que sus discípulos levantaron cerca de allí un monasterio. Efectivamente, ya en la Edad Media existía el monasterio de San Félix o San Felices como también se le conoce.
Ernesto Reinares, historiador de la comarca camerana nos da noticias del esplendor del monasterio y de su desaparición tras un incendio. Según documentación obrante en el Archivo Histórico Nacional,
a fines del siglo XVI, los monjes la habían convertido en floreciente priorato y unos años más tarde, concretamente en 1617, en una información que hace Torremuña a la abadesa, presentan como testigo al Prior de San Felices, Fray Gabriel de Arellano, culto monje que en su retiro camerano fundó un escritorio monástico del que salieron bellos cantorales miniados, como el de la Parroquial de la villa de Luezas, que hace pocos años fue trasladado al museo diocesano…
El fin de tan venerado santuario, al que peregrinaban más de treinta cruces parroquiales, fue el incendio que tuvo lugar el año 1729, del que únicamente se pudieron salvar los objetos de culto. En la actualidad, junto al fresco manantial que abastece la fuente de Hornillos, apenas se aprecian sus históricas ruinas.
(Ernesto Reinares Martínez, «San Román de Cameros en el Siglo XVIII…» en El Camero Viejo, Amigos de San Román, 1998, tomo I, páginas 104 y 105)
Junto al santuario había una nevera que los monjes utilizaban para conservar hielo hasta el verano. Poco después del incendio la nevera contigua al mismo quedó en desuso, así lo dice el Catastro del Marqués de la Ensenada:
Otro pozo también para echar nieve en los prados de San Felices que nada le produce por hallarse sin uso y maltratado…
(Catastro del Marqués de la Ensenada. Respuestas Generales de Hornillos de Cameros. Año de 1746. Pregunta 23)
Las ruinas de la nevera, un edificio enorme en forma circular, son hoy día más visibles que las del santuario. La cúpula fue derruida en los años 50 del siglo pasado por los pastores de Hornillos que temían que las vacas que se subían encima pudieran quebrarla y lastimarse.
Ruinas del monasterio de San Félix
Romería
Pese a la destrucción del santuario, la devoción de los pueblos vecinos por el lugar se mantuvo: Hasta treinta parroquias con sus cruces acudían ya no al monasterio sino al Prado de San Félix en romería. La asistencia era obligatoria para los pueblos de la comarca y no faltaban amenazas veladas para quien no lo hiciera como el recuerdo de que un año los de Montalvo de Cameros no fueron y un rayo mató al alcalde y otra vez el pedrisco les arruinó la cosecha. La romería fue decayendo durante el siglo XX pero todavía es recordada por personas que acudieron en su juventud.
(Encuesta etnográfica de Carlos Muntión y Luis Vicente Elías)
Otras leyendas del lugar
Bernabé España, escritor natural de Soto de Cameros, en el año 1843 escribió un artículo sobre almas en pena que pululaban por el lugar:
El autor reproduce la leyenda que se resume en que durante la misa del gallo en la ermita de San Felices el cura oyó un golpear en la puerta y al abrirla entró una procesión de personajes con sábanas blancas. Cuando oficiaba de espaldas oyó un ruido de huesos: las almas penitentes que se persignaban, con el orate frates se quitaron la sábana y se quedó la procesión de esqueletos en la iglesia y al decir ite misa est quedó desierta la ermita dejando un rastro luminoso en su elevación al cielo.
(Ernesto Reinares Martínez, Las Alpujarras y los Cameros, obra citada, página 129)