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Título: La boda estorbada IV
Clasificación: Romancero
Localidad: Zarzosa
Informante: Félix Martínez Alonso (28-10-1937)
Recopilador: Javier Asensio García
Lugar y fecha de recopilación: Logroño, 9 de noviembre de 2011
Catalogación: IGRH 0110

 

En el año 1928, don Ramón Menéndez Pidal publicó un libro titulado Flor nueva de romances viejos que tuvo mucha difusión, sobre todo entre los maestros de las escuelas españolas donde muchos lo usaron. Dos romances contenidos en él, el de La loba parda y La boda estorbada –también conocido como La condesita– alcanzaron gran fama gracias a la labor de los maestros, tanto es así que hoy en día son muchas las personas que conocen estos dos romances tal como los escribió don Ramón. Se trata, evidentemente, de versiones no tradicionales y fácilmente reconocibles: “ojos de la condesita no cesaban de llorar” es frase característica de esta versión facticia de Menéndez Pidal que apenas aparece en versiones tradicionales.

Sin embargo, este hecho está cobrando interés a la hora de conocer no solo los nuevos procesos de folklorización sino también los mecanismos iniciales de transmisión de romances y su apertura. Lo que nos cuenta el informante sobre esta versión tiene su interés. En primer lugar confiesa que lo aprendió de oírlo cantar, no lo conoció en la escuela ni leyendo Flor nueva; en segundo lugar lo aprendió cantado y no recitado; en tercer lugar –y este es uno de los primeros pasos en la tradicionalización de un texto romancístico– el número de versos que canta Félix se ha reducido a la mínima extensión, sin que el romance pierda un ápice de su trama; por último empiezan a colarse versos que no están en la versión inicial, como ese que habla de la novia abandonada que “por mujer la iba a tomar”.

Como contrapunto a esta versión moderna de La boda estorbada incluimos en este artículo una versión tradicional que don Bonifacio Gil recogió a una mujer natural de Zarzosa –Florentina Rodríguez Ruiz (n. hacia 1880) –, quien se la debió de cantar hacia 1960.

Esta noche es Nochebuena     la noche de Navidad
cuando el conde y la condesa     a misa del gallo van.
Tanto iban de secreto     que dieron que murmurar
un día estando comiendo     el conde le pudo hablar:
–¿Qué tienes, la mi condesa,     que tan llorosita estás?
–¡Qué tengo tener, buen conde,     que me han dicho que te vas!
–Por siete años voy, condesa,     por siete y no voy por más
y si a los años no vengo,     condesa, te casarás–.
Pasan días, vienen días,     los ocho cumplidos van
subiendo el jardín arriba     y volviéndolo a bajar
y un día estando en su cuarto     maldiciendo su pesar
el padre, el rey, que lo ha oído     del palacio donde está.
–No te maldizcas, mi hija,     que te he intentado en casar.
–No me tengo casar, padre,     ni lo tengo en voluntad
que, según tengo intención,     al buen conde iré a buscar.
–Como eres hija de rey     todos te conocerán.
–Vestidita de romero     nadie me conocerá–.
Diendo por la orilla el Ebro     y enfrente del arenal
no pregunta por posada     ni menos por hospital.
Vio venir un pajecito     caballos apacentar.
–¿De quién son esos caballos     ………………………
que los quiero conocer     en el hierro y la señal?
–Eso no lo haré, señora,     que los caballos irán.
–Si los caballos se fuesen     dineros hay pa pagar
que esas viñas y olivares     mi padre se las dará.
–Suba usté esa calle arriba     esa calle donde el pan
y verá usté al conde Autol     por el palacio pasiar–.
Ha subido la escalera     y con el conde se encontrar.
–Una limosna, buen conde,     buen conde, ¿me podéis dar?–.
Se ha ichado mano a la bolsa     tan sólo se sacó un rial.
–Para limosna de conde     poco me parece un rial.
–¿Dónde es la romerita     dónde su patria carnal?
–De Alejandría, señor,     de allá es mi patria carnal.
–Si es usted de Alejandría     trairá mucho que contar.
–No traigo nada, señor,     nada traigo que contar.
–Y aquella prenda del alma,     ¿si se ha casado ya?
–No se ha casado, señor,     ni lo tiene en voluntad
que, según tengo entendido,     hablando con vos está–.
Esto que ha oído el buen conde     desmayado se cai ya
bajan damas y doncellas     a ayudarlo a levantar
maldiciendo la romera     y quien l’ha encaminado acá.
–No me maldizcan, señoras,     que con vos no se ha’i casar
que el mal que el buen conde tiene     yo se lo atrevo a quitar–.
Con mil y dos mil abrazos     el conde ya volvió ya.
–Esta is mi mujer primera     esta is mi mujer carnal
vestidita de romera     la dejé en un triste rial–.
 
Bibliografía: